La soledad de dos

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Los miro, disimulado. Están en la mesa contigua. Dos. Una y uno. Rostros serios, impasibles. Miradas lejanas. Divertido, pienso que son dos figurines de aparador, de esos que veo en los grandes almacenes, ataviados con ropajes a la última moda, “totalmente palacio”. Ella, de facciones sensuales, maquillaje profesional, aire elegante, dejando adivinar sus años jóvenes. Él, de interesante presencia, sólido, cabello entrecano, rasgos firmes.

La presencia del mesero parece pasar imperceptible. Ordenan sin mirarlo.

Los sonidos del salón, las voces, la música; nada parece perturbar la gravedad de la pareja.


Me pregunto cómo sería su vida entre cuatro paredes; por las mañanas:¿se despedirán con un beso para ir al trabajo? ¿A qué dedicará ella el tiempo de la mañana? ¿Irá de compras? ¿Usará sus finas manos para limpiar la casa? ¿Tendrá energía para cuidar y atender a sus hijos? ¿Ilusionará ver a su esposo cuando termine la jornada?

Y él ¿verá su trabajo como el medio para dar a su familia bienestar y tranquilidad, o será solamente para acumular riqueza para su exclusiva satisfacción?

No puedo evitar que mi imaginación vuele hacia atrás y me haga recordar a tantos de mis amigos cuyas vidas familiares se asemejan a estos dos.

Desde siempre, el concepto “matrimonio” nos fue exhibido como el fundamento de nuestra sociedad, como el nexo indisoluble de dos seres que al unirse forman uno solo, en carne y espíritu; como la forma más acabada de la relación humana.

El tiempo – o “los tiempos” – se han encargado, de modo evidente, de demostrarnos que la realidad destroza los conceptos.

¿Quién no ha visto uniones que se deshacen por nimiedades? Explicaciones sobran: la vanidad, la falta de seguridad, la premisa falsa del futuro prometido sin base sólida o la ingerencia familiar.

¡Cuántos inicios prometedores! ¡Cuánta atracción! Y ¿para qué? ¿De qué sirvió? ¿Para que los cuerpos semejen dos trenes en colisión?

La inconformidad y el desaliento van de la mano, acompañados por la recriminación y, al final, la agresión.

¡Yo no fallé! ¡Mía no es la culpa!

El dolor y la frustración están ahí, mas la separación definitiva no llega. Es entonces cuando la soledad de dos se extiende como un velo grisáceo sobre sus vidas.

El ritmo se torna lento, sin brillo, desanimado. Cada uno se encierra en su torre de marfil, sin nada para dar, sin aportar nada.

Se vive la vida porque se tiene que vivir. No hay emoción; el camino es árido. Los puentes están rotos, deshechos.

La soledad de dos. Cada quien con sus propias frustraciones, sus sentimientos amargos. No doy porque no mereces, no quiero.

¿Compartir? ¡Cómo, si tú no das nada! Mejor el silencio, la frase ahogada.

En su ofensivo silencio se dicen, se reclaman sin llegar a puerto seguro, en la oscuridad de las entrañas y las miradas, esas que dicen todo sin palabras, a veces furtivas, otras duras, plenas de ira.

¿Cómo explicar el silencio que los une? ¿Cuál será su satisfacción, su alegría?

¿Escucharán música, sentirán la emoción de ver una puesta del sol, sabrán la ternura de la risa de un chiquillo?

La soledad de dos. Parecen ignorar que existe esa bendición que se llama amistad, eso que se entiende por pertenencia, interés por los demás, semejanza de gustos y sentimientos.

Aislamiento espiritual. Sé lo que siento y no lo comparto. La torre de marfil que construí, la ocupo yo solo.

Al final del día, ¿habrá saludo de bienvenida? ¿Les será grato reanudar el silencio? ¿Y las noches? ¿Tendrán recámaras separadas? En la cama, ¿se voltearán a dar la espalda uno a otro? ¿Recordarán, acaso, lo que es compartir cuerpo y alma, como lo habría sido en el pasado? El vacío que hay entre los brazos no se llena, no se extraña.

La soledad de dos. Esa maldición que desde antiguo aflige a quien la vive y a quien la presencia. ¿Qué bálsamo existe para sobrellevarla? ¿Quién puede ayudar a derribarla? ¿Tal es el orgullo que no permite mirar a los ojos y buscar un remanso para aliviar el encono o, quizás, para derribar la cerca que no deja salir la antigua ilusión?Quisiera decirles: “Extiendan sus brazos. Dejen que las manos acaricien los rostros. Salgan de su prisión voluntaria. El mundo existe, el Universo es enorme, infinito. Véanlo; mírense en los espejos de agua. Hay tanto por lo cual vivir…Vale la pena. Dejen atrás La Soledad de Dos…

Acerca de Salomón Lewy

Nacido el 30 de Enero 30, 1939, se considera oriundo de Orizaba, Veracruz, donde residía su familia y fue llevado a los tres días de nacido.Su Creación Literaria abarca grandes reconocimientos como: Primer Lugar en los Certámenes XVIII y XIX del C.D.I., Mención Honorífica en el Certamen XX del CDI.Dentro de sus publicaciones podemos encontrar: MI AMIGO ISAAC, EL CORAZÓN NO ES UN PASAJERO (Editorial Libros para Todos, EDAMEX).Idiomas:Español, Inglés, Alemán, Hebreo, Yiddish.Especialidades:Temas Judaicos, Israel, Política Mexicana, Relaciones Internacionales, Costumbrista Mexicano.

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