Laxa epístola a mi comunidad judía

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Es mosaica labor, amigos, bregar contra las cabezas indisciplinadas. No leen, no oyen, pero parlan mucho. Ellas quisieran arreglarlo todo, desde el Juicio Final hasta el adeudo de alcabalas, usando el sentido común. Hace algunas lunas, les comunico, discutía con unos jóvenes inexpertos la turbia poética de Ruiz de Alarcón, que inventó un personaje llamado Don García, que es un solemne mentiroso. Nos preguntamos, más fingiendo ser graves bustos que aguzados racionales, cómo un hombre puede mentir tanto sin ser descubierto, mas no pergeñamos una respuesta clara, nítida, de las que acallan necios y ruborizan zafios.

Una doncella tierna, poesía encarnada embutida en túnicas más comestibles que elegantes, si me permiten recordar unas palabras de Cervantes, dijo: “El sentido común desemboza a cualquier mentiroso”. El sentido común, ciertamente, es una quimera inventada por los pueblos vulgares. Detrás de las palabras “sentido común” hay una que es sobremanera inicua, y es la palabra “espontaneidad”.

Fue Ortega y Gasset, nuestro gran meditador, único que ha podido levantar las alas de nuestro pensamiento hasta las cumbres que falsamente tostaron a Don Quijote, quien dijo que no hay que confundir nuestra sensibilidad o capricho sensorial con nuestra realidad. El enfermo hecho friolera cree que el ambiente todo está frío; el gaznápiro, por su oscuro lado, al ver que no puede penetrar los teoremas de la ciencia los tilda de complicados y pedantes. A lo anterior se le llama “personalismo”, fenómeno mental muy bien analizado, recuerdo, por Pío Baroja, pesimista, que es decir buen ponderador de realidades.


Amigos judíos, perdonarán el tono atrevido de mi carta, causado por las asperezas del hotel donde yazgo y gozo leyendo a Scholem y Santa Teresa. Con pocos libros doctos, aislado de la ovejuna plaza pública, sólo puedo improvisar. Pero retorno a la cuestión. Lo que hacemos espontáneamente, chabacanamente, nos hace sentir vivos, muy vivos… o diciéndolo llanamente, agitados. ¿Pero acaso no sentimos que vivimos día a día? No. Un alcoránico susto, un esvástico fantasma de barridos pelos, una bala sin nombre, una amenaza, nos hace palpar la vida, que acaso hemos olvidado que poseemos.

Cómo sea posible olvidar que tenemos vida, la nuestra y no otra, no es quehacer baladí y bien merecería que perdiéramos la vida explicándolo. Hemos dicho “otra”. Quien vocifera y mayusculiza el sentido común pretende sentir como siente la comunidad y no como él mismo: quiere derramar su espíritu, que es movimiento, según ha dicho el genial Hegel, en los demás. Los motivos propios, nuestros, se vuelven “cortesanos motivos”, citando alegre expresión de uno de mis escritores favorecidos, Diego de Torres Villarroel.

Desearía que toda la comunidad judía, que por ser sólida comunidad se arriesga a sentir provincianamente, sólo al modo judío, leyera a Villarroel. ¿Qué extractamos de su prosa, una de las más vistosas, artificiosas y eficaces de toda nuestra castellana lengua? Sapiencia estoica en forma de arenga amena, veneno eficaz contra el sentido común, epicúreo follón que nos arruina la vida.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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