Los documentos perdidos del jurista judío que perdió a su familia en un campo de concentración y le puso nombre al genocidio

Raphael Lemkin dedicó su vida a que la comunidad internacional aceptara un concepto que dimensionara la aniquilación de los pueblos por sus características culturales, religiosas y étnicas. Así acuñó el término “genocidio”, que pretendió que fuera más allá de lo estrictamente jurídico. La recuperación y publicación de sus poemas inéditos, a más de sesenta años de su muerte, arroja luz sobre su lucha y la dimensión humana de su obra Por:
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En el prólogo a la edición española de Totally Unoficial, autobiography de Raphael Lemkin (Totalmente Extraoficial. Autobiografía de Raphael Lemkin), el escritor Antonio Muñoz Molina se refiere a la rara paradoja que rodea la existencia del jurista polaco que dio vida -y dedicó su vida a dárselo- a un concepto central de estos tiempos, el de genocidio. “Muy poca gente reconoce su nombre, y son menos aún las personas que saben algo de su vida, pero todos estamos familiarizados con la palabra que él inventó”, escribe el ganador del Premio Cervantes.

Tanto es así que esa obra -acabada o inacabada- recién fue publicada en 2013, más de medio siglo después de su muerte, en la indigencia, en 1959, cuando un infarto lo derribó en una esquina de Manhattan, donde vivía como un homeless. Para entonces, Lemkin había perdido su cátedra universitaria y todo su dinero, pero no el fuego interior que lo había llevado a luchar para que en diciembre de 1948 la Asamblea General de la ONU aprobara la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, un paso jurídico que consideraba como el punto de partida para un nuevo derecho internacional.

Lemkin había inventado la palabra genocidio mediante una composición del sustantivo griego genos (“raza”, “pueblo”) y del sufijo latino cidio (de caedere, “matar”). Así, en su obra El dominio del Eje en la Europa ocupada, enumeraba todas las políticas nazis dirigidas a la aniquilación de pueblos -el judío y el polaco en primer lugar- por sus características nacionales, religiosas y étnicas.

Porque al jurista judío polaco no le resultaban suficientemente abarcativos los conceptos de “homicidios de barbarie” u “homicidios en cadena”, que ya se venían utilizando, ni tampoco el de “crímenes de lesa humanidad”, creado por otro jurista, Hersch Lauterpacht y aplicado en los juicios de Nuremberg.


Vale detenerse en cómo el propio Lemkin cuenta en esa autobiografía las condiciones en las que estaba dando esa lucha: “Soy un hombre viejo y enfermo… estoy virtualmente sin recursos en este momento. Pido prestado dinero a mis amigos en Nueva York para viajar a Washington, luego pido prestado a los amigos de Washington para reembolsar a los amigos de Nueva York. La factura de mi hotel permanece impaga durante varias semanas. Los premeditados insultos del botones del ascensor. Finalmente mis ropas son confiscadas y no me es permitido acceder a mi habitación. Acuerdo pagar mi factura, aportando unos pocos dólares cada semana o cada mes, y finalmente rescato mis cosas… de este modo me encuentro defendiendo en Naciones Unidas una causa sagrada mientras visto ropas con agujeros”.

Dos días después de la muerte de ese hombre luchador y sufriente, que había escapado de Polonia hacia los Estados Unidos en 1939 pero que había perdido a toda su familia en los campos de concentración nazis, The New York Times publicó una sucinta necrológica donde, si bien repasaba su vida, nada decía de cómo había pasado sus últimos años. Y eso fue todo.

Por estos días, cuando el concepto que acuñó es utilizado por doquier -a veces con acierto y otras de manera banalmente incorrecta-, la olvidada figura de Raphael Lemkin vuelve a surgir de la oscuridad con una obra que no solo lo muestra en otra de sus facetas, la de poeta, sino que permite entender cómo su construcción del concepto de genocidio va mucho más allá de lo jurídico y muestra una dimensión poética que le devuelve su espíritu.

Eso se debe a la publicación de Genocidio, una recopilación de sus poemas -casi todos inéditos hasta ahora- a partir de los papeles mecanografiados que antes de su muerte, Lemkin había dejado en manos de su secretaria, tal vez porque viviendo en la calle no tenía dónde guardarlos. Quizás otra de las paradojas que persiguen a la figura de Lemkin radique en que esos documentos no estuvieran preservados y atesorados en una universidad o biblioteca oficial.

Que ahora vean la luz, ya publicados en Chile por Ediciones Askasis y próximamente en la Argentina, se debe a un trabajo que bien vale definir como “detectivesco” realizado por el abogado y poeta argentino Julián Axat, que también escribió el prólogo. De este tipo de búsquedas sabe Axat, autor de una invalorable recopilación de poemas y poemarios de militantes desaparecidos por la última dictadura en la colección Los detectives salvajes. El propio Julián Axat es hijo de desaparecidos.

Axat resalta el plus que significan estos poemas “perdidos” de Lemkin para entender cómo desarrolló el concepto de genocidio. “Lemkin dice en su autobiografía que para llegar al concepto de genocidio él tuvo que escribir poesía, en paralelo. Por eso, genocidio no es solamente un concepto jurídico, sino que excede lo técnicamente jurídico, que supone un concepto mucho más amplio que la definición meramente jurídica. Y empieza a escribir en paralelo este proyecto poético que no es un libro todavía, es un diario poético sobre sensaciones y cosas. Y entre esos hay uno que se va a llamar Genocidio y en el que va a describir qué significa culturalmente la eliminación de un pueblo”.

-Pero no los da a conocer…

-Algunos sí. El que se titula Genocidio fue publicado en hebreo, en 1957, por el diario Al hamishmar. Es un poema que toma la forma de un clásico lamento hebreo por las trágicas pérdidas sufridas por el pueblo judío, cuyos nombres habían sido borrados por sus perseguidores. La publicación de ese poema demuestra que Lemkin no solo acuñó el término jurídico “genocidio” sino que dos años antes de morir le dio forma de poema para representar una manera más íntima de mirar y representar el mismo fenómeno.

-De alguna manera le da carne literaria…

-Exacto, una carne literaria que para Lemkin era quizás tan importante como el concepto jurídico, porque hay alrededor de treinta poemas y en todos ellos aparece la dimensión de la aniquilación en términos espirituales y culturales, no solamente la dimensión del aniquilamiento físico que es la que aparece en el documento jurídico. Es decir, me parece que ahí completa el cuadro de un concepto que es más complejo de lo que nosotros pensamos si nos quedamos en lo estrictamente jurídico.

-¿Es ahí donde radica el mayor valor de estos poemas?

-Digamos que dar a luz la poesía de Lemkin no significa que sea una obra central, es una obra absolutamente lateral en la que él, ya en los últimos momentos de su vida, estaba escribiendo como un diario de poesía antes de morir, pero sí complementa y permite comprender la raíz de su concepto exacto, sobre todo por el poema Genocidio. Yo no podría tomarme el atrevimiento de decir que es una obra de dimensión central, porque en Lemkin la obra de dimensión central es la Europa ocupada.

El abogado y poeta argentino Julián Axat publicó en un libro los documentos perdidos por LemkinEl abogado y poeta argentino Julián Axat publicó en un libro los documentos perdidos por Lemkin

-Volviendo atrás, ¿qué le dispara a Lemkin acuñar una palabra nueva para nombrar algo que, a su juicio, se estaba nombrando mal?

-Lemkin escucha por radio a (Winston) Churchill hablar de “crímenes sin nombre” sobre lo que estaban haciendo los nazis y se obsesiona con esa frase. Él venía trabajando en función de los crímenes cometidos por el Estado turco contra los armenios y los llamaba “crímenes de barbarie”, un concepto que no lo convencía, y buscaba otra forma de definir. Ahí empieza a escribir El dominio del Eje en la Europa ocupada, con la tesis de que Alemania no tiene solamente un plan de expansión militar sino que se trata de un plan más amplio, de expansión cultural, que implica la destrucción de pueblos enteros, con sus tradiciones y su cultura. Para Lemkin eso no puede ser abarcado por una idea de crimen común y busca una manera de nombrarlo, de nombrar eso que Churchill decía que no tenía nombre. Porque pensaba que si se lo nominaba se lo podría prevenir en el futuro.

-Nombrar para conocer y así prevenir…

-Sí y cuando puede nombrar “genocidio” lo hace como refiriéndose a algo vivo, como una criatura que va cobrando más dimensiones en el tiempo. Y en la última dimensión, él se involucra en la dimensión poética, porque para entender también hay que hacerlo desde la poesía porque es el lenguaje más perfecto. Él está buscando la palabra tan precisa que en realidad está buscando a Dios, y solo lo puede encontrar a través de la poesía.

-Sin embargo, hoy el término “genocidio” sigue siendo objeto de debates políticos, incluso en la Argentina hay quienes intentan decir que no se puede aplicar a los crímenes de la dictadura.

-Lo que plantea Lemkin es que el concepto de “genocidio” abarca mucho más que el Holocausto. Lo incluye, pero es posible señala que otros pueblos también lo padecieron, como el pueblo armenio, o lo padecen hoy. Por eso Lemkin dice que el genocidio puede ser étnico, religioso, nacional y también dice racial, que es un término que hoy ya no se utiliza y que queda incluido en el de etnia.

-¿Y con relación a la dictadura argentina?

-Lo que pasa es que la utilización del término también tiene que ver con el poder. Por ejemplo, en el caso del gobierno actual, parcializan el concepto de genocidio y dicen que hubo una guerra. Lo desestiman para nombrar algo que tuvo que ver con el aniquilamiento, no solo físico, sino también cultural de parte de la población civil. Porque si se dimensionara que lo que hubo en la Argentina fue un genocidio no se estaría discutiendo nuevamente la teoría de los dos demonios.

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