Los líderes políticos de Israel deben elegir sus palabras con cuidado y saber siempre que un comentario polémico podría desembocar en una revolución.
Malcolm X, figura destacada del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, afirmó que una revolución es “como un incendio forestal: quema todo a su paso, destruye el sistema y lo sustituye por otro mejor”. La historia nos enseña que estaba equivocado: los incendios forestales no crean más que tierra quemada y dejan tras de sí caracolas quemadas.
El ex primer ministro, Ehud Barak, lo sabe. Por eso fue decepcionante leer el fin de semana un artículo en Yedioth Ahronoth en el que el llamaba a la “desobediencia civil sin violencia” frente a los elementos radicales de la incipiente coalición del primer ministro designado Benjamin Netanyahu.
Barak escribió que, aunque la formación de la coalición emergente es “legal”, es “ilegítima” debido a los “apestosos acuerdos políticos” que condujeron a su establecimiento.
Esto nos lleva al juicio por la masacre ocurrida el 29 de octubre de 1956, cuando agentes de la Policía de Fronteras israelí mataron a tiros a 49 residentes de Kafr Qasim e hirieron a 13, entre ellos mujeres y niños.
Durante el juicio de soldados que estuvieron presentes durante el incidente, el tribunal dictaminó que las órdenes que se les habían dado eran ilegítimas, hasta el punto de que llevarlas a cabo se consideraría un delito penal.
En la base del derecho a la desobediencia civil está el reconocimiento de la legitimidad del gobierno. El acto de desobediencia busca expresar el desacuerdo sobre una determinada legislación o decisión de dicho gobierno.
Barak, por su parte, llama a la desobediencia “no para arreglar, sino para sustituir” al gobierno entrante.
Esta es la principal diferencia entre personas como Malcolm X, que creen que el gobierno es ilegítimo y quieren destruirlo, y personas como Martin Luther King, que ven al gobierno como legítimo y sólo quieren hacer cambios para que el sistema sea más justo.
La verdadera desobediencia civil debe ser pública y no violenta, ya que su objetivo es poner de relieve el problema por el que se protesta y conseguir que el resto de la población se una.
Pero Barak no intenta movilizar al público, sino dividirlo diciendo que los que no se unen a él tienen miedo de hacerlo porque les preocupa su posición política.
Como resultado, puede hacer que el gobierno sea visto como ilegítimo y bloquear cualquier diálogo público y libre.
El filósofo estadounidense Henry David Thoreau (autor del libro sobre desobediencia civil en el que Barak basa su argumento) fue el primero en defender el derecho a la desobediencia civil.
Como ya se dijo, muchos comparten los temores de Barak sobre el gobierno entrante, pero cuando alguien piensa que oír un ritmo diferente está mal, rechazarlo u obligarlo a seguir el tuyo también podría suponer un perjuicio para los derechos humanos básicos.
Algo que Barak teme que haga el gobierno de Netanyahu.
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