Los países progresan a pesar de sus gobiernos

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La lectura de “País de Mentiras”, extraordinario libro de Sara Zondovich a quien felicito y admiro de todo corazón por su constancia y extraordinario valor, que contiene un análisis tan documentado y lúcido de los diversos aspectos de la mentira en todos los niveles de la sociedad, me trae a colación la frase arriba mencionada y las reflexiones siguientes:

Tiene razón el ilustre escritor francés, defensor de Dreyfus, con esta afirmación, pues los miembros de nuestros gobiernos, que en los países estables cambian cada cuatro o seis años, suelen pensar que sus antecesores se equivocaron y reemplazan los programas vigentes por otros, fruto de su cerebro, gastando los recursos de la nación, sin pensar que el siguiente hará lo mismo. Los países progresan, continúa Anatole France gracias a la labor de sus científicos, artistas, artesanos, comerciantes, obreros y madres de familia.

Nuestros gobiernos saben que no son muy amados por los que estamos debajo de sus botas, zapatos o huaraches, pero saben de todos modos que nos son indispensables pues, parafraseando a Sir Winston Churchill, no son buenos pero es “lo mejor que tenemos”, ya que sin ellos habría un baño de sangre permanente.


La verdadera democracia, que sólo existe en muy pocos países, es un tesoro muy frágil que se pierde tan pronto como no se defiende constantemente. Aquí y en la mayor parte del mundo, distamos mucho de haberla logrado.

Conviene reconocer que el judaísmo y el catolicismo, no precisamente santos de mi devoción, aciertan donde los demás se equivocan, al afirmar que “el hombre No es bueno” Esto a diferencia de los socialistas, comunistas, anarquistas, utopistas y toda clase de “istas”, que afirman que el hombre Sí es bueno, y que la sociedad lo vuelve malo; y por lo tanto hay que cambiar a la sociedad. Hemos visto múltiples experimentos de esta índole que no llevan a nada. Hay que cambiar al hombre… o cuando menos controlarlo…

La apatía actual del pueblo mexicano obedece a una división de clases, donde los distintos estratos se odian cordialmente entre sí. La época prehispánica y la Colonia que nos legó un sistema de castas desembocan en la sociedad contemporánea rebosante de prejuicios. En un texto sobre el Ritual de los Muertos en Pátzcuaro, un “intelectual” “dice que “se remonta a un período anterior a la ocupación española”. ¿Dónde está la simbiosis? La clase baja, a veces azuzada por la demagogia de algunos gobiernos, culpa de todo a los malditos burgueses, de cuyos impuestos vive precisamente el gobierno. Este último asume una actitud dual: por una parte afirma apoyar a las masas, mientras que por la otra sostiene, hasta con la fuerza militar, los intereses de las clases medias y altas. Las poblaciones autóctonas o indígenas son el objeto de un enfoque dual. Todavía hoy los criollos, que se estiman “gente de razón”, califican a los indígenas como seres inferiores. “Adorar a Dios en tierra de indios, “No tiene la culpa el indio sino quien lo hace compadre”, “Indio con puro ladrón seguro” Por otra parte, varios intelectuales los consideran como lo mejor que tiene el país. Y si es cierto que cuando no están destribalizados, tienen valores morales muy altos, tampoco hay que caer en la indiomanía. El desprecio recíproco entre indios y mestizos en Chiapas es agudo:

Educación.- Los ingenuos fincan sus esperanzas en la educación. Otro mito. Las estructuras llamadas educativas siempre están configuradas con obediencia al sistema político en turno, para instruir a sus alumnos y estudiantes. Esta enseñanza suele consistir en darles un acopio de datos, atiborrándoles en el peor de los casos con un montón de ellos sin valor futuro y, en el mejor, enseñándoles a pensar, algo ya muy meritorio.

Ahora bien, la educación siempre se ha impartido en casa con la enseñanza primordial de los valores morales. Los padres no tienen excusa ni pretexto para abdicar de esta misión y dejarla en manos ajenas. Los hijos se rigen siempre por el ejemplo que han visto en casa y no sólo por lo que les predican los padres.

El grupo judío, confeti en la sobrepoblación actual, apenas son 14 millones, fue calificado alguna vez por el General de Gaulle (quien no los quería mucho) como la comunidad más inteligente del planeta. Aún nuestros enemigos como Salvador Borrego y otros autores antisemitas, reconocen el rigor de los valores morales de nuestro pequeño sector.

Ahora bien, en todos los países del mundo, los gobiernos mienten con un descaro que varía según el grado de información de las poblaciones respectivas. La OCDE informó hace años que los pueblos se vuelven cada vez más ingobernables a medida que aumenta su grado de información (o desinformación).

En nuestro hermoso país, que una vez bien organizado podría ser uno de los primeros del mundo, la esperanza de días mejores radica en las jóvenes generaciones que sepan usar criterios sensatos e independientes. También radica en la solidaridad del pueblo que, a la hora de las dificultades, sabe olvidar sus rencores, resentimientos, prejuicios y odios para unirse en defensa de la nación. Finalmente, existe la admirable solidaridad familiar, que permite a un ser sin trabajo acogerse a sus parientes mientras sale del paso. El dicho popular: “donde come uno comen dos”, es una realidad. Por el respeto a la senectud, nunca se han visto casos como el abandono de los ancianos como ocurre en varios países industriales.

Conviene pues considerar la situación actual con una esperanza muy cautelosa, sin permitirnos caer en el escepticismo.

Acerca de Danielle Wolfowitz

Francesa por nacimiento, mexicana por elección por más de 50 años.

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