Meditando con Martin Buber lo que no se medita

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Miguel de Unamuno, uno de nuestros filósofos perennes, fue un gran sentidor, ser que supo lo que es la fe y lo que padece quien de ella carece. Él fraguó un preciso término, “ateólogos”, para vituperar a los que ignorando, audaces, emiten impertinentes opiniones sobre temas sólo alcanzables para algunos. Notemos el plural, que nos recuerda el Salmo II, que pregunta: “Quare fremuerunt gentes, et populi meditati sunt inania?”. Vano es meditar la fe porque la fe no se entiende, se vive. Pudimos haber dicho “se siente”, expresión que transforma a la fe en algo palpable. La fe no se huele, no se ve, no se transforma en concepto, no tiene predicados, pero sí se anuncia.

Vivir creyendo en un aviso es vivir en la fe. Fe, leemos, es “certeza”, “convicción” (Hebreos 11: 1). Tener por cierta la penetración de nuestra inteligencia, o la calidad de nuestra moral, o el gusto de nuestras elecciones artísticas, nos hace creer que vivimos en la fe. Espinosa, al que bien podríamos poner el mote de “teólogo”, en su “Ética” afirma que sólo es “causa de sí” aquello cuya esencia implica su existencia. Tal ser es libre, no es causado, es decir, no puede ser razonado, y ninguna afección muda su existencia, por lo que percibirlo no nos hace conocer su esencia. ¿Cuál es el fundamento de los seres libres? La humildad, que sólo puede darse en el hombre. Sólo éste es libre.

Humilde es quien conoce que no le ha sido regalado el don de comprender las causas primeras. Sin éstas, que parecen yacer en las ingentes filosofías que hemos creado, emerge la necesidad de elegir, indubitables, sin certeza, de que nuestro “sí” tenga por fundamento otro “sí”. La libertad es ciega y vivir a ciegas es vivir en la fe.


Horas hay que nos piden, para no acabarnos, mucha fe, “paciencia bovina”, según la expresión graciosa del norteamericano J. K. Turner, que registró la nula fe de los pobres mexicanos. El descreimiento de las multitudes al atender nuestros planes, por ejemplo, amengua nuestra fe, pone en tela de juicio la verdad de nuestra vida.

Situaciones hay que nos demandan juicios peculiares. ¿Qué dirían de nosotros si nos negásemos a aportar algún dinero para beneficiar la investigación física? Nuestra fe, en dicho caso, se adapta a una situación rara, y por eso se altera momentáneamente, deja de ser durante algunos instantes universal y se hace particular.

Variopintas son las maneras de la fe, que podemos depositar en el prójimo, en un símbolo o en una fecha. Pero decíamos que el que vive en la fe es libre, afirmación que hace sospechoso al que se ata a calendarios, formas u otros ciegos. La fe no es una ilusión, sino veneno para éstas. La fe mata las ilusiones, que son casi todas producto de la vanidad. El vano cree en sí mismo, como el que anda en fe. Pero el veraz creyente no se alegra del yerro ajeno. El vano, como el enamorado desengañado, celebra que de males carece, recordando el Soneto XXXIV de Garcilaso.

El sitio mejor para la fe es el silencio. Quien está falto de fe, como el asustadizo animal, de todo se aleja. La fe, en cambio, nos acucia para llegarnos a todo, para elogiarlo todo sin doblez de corazón. No es el juicio lo que nos conduce a la justicia, sino la fe, el creer que somos benévolos, lo que nos hace justos. Barataria fue gobernada por un Sancho Panza que sabía lo que decimos.

La fe nos obliga a mezclar pensamiento y sentimiento. Dicha combinación nos quita imparcialidad, pero nos hace más realistas. No existe la realidad sin la sensibilidad. Mas la sensibilidad, cuando es mayor que el intelecto, nos desvía de la fe, que hemos dicho no se toca ni se medita.

Vivir en la fe es fatigar los días permitiendo que pasiones y conceptos formen objetos que nos enseñen que somos “mudable vela”. Santa Teresa rogaba a Dios para que matara sus pensamientos y apaciguara sus tormentos emotivos. Los unos crean imágenes y los otros amor por las cosas. Creer, de resultas, no es “inteligir”, ni sentir, ni hacer ambas cosas, ni evitar hacerlas, sino dejar que sean sin que nuestra voluntad las dirija. Inútil será que nuestra pluma, que mística no es, pretenda razonar la fe. Mejor será leer la Biblia: “Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe (Mateo 17: 19-20)”.

Martin Buber, en su libro “Dos modos de fe”, dice que los apóstoles fracasaron en su afán porque eran “creyentes” que o mucho confiaban en las palabras o mucho deseaban manejar su propio ánimo. El “creyente” que Jesucristo deseaba tenía que aceptar, dice Buber, que Dios puede suspender su influjo sobre su creación. Esperar milagros siempre es querer prever, razonar, y llorar para regarlos, para que fructifiquen, es querer tocarlos.

La lección que sacamos en limpio es: que la fe es vida y que vivir libremente es andar a ciegas, hacer caso omiso a lo que pintamos y a lo que conceptuamos, soñar caminos, recordar que los verdaderos sueños suceden sin nuestra injerencia.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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