Al terminar el cuarto día de protestas populares multitudinarias en Egipto el panorama que ofrece el país es ya bien distinto al habitual. En El Cairo, Alejandría y Suez las plazas y calles siguen abarrotadas de gente que continúa demandando la salida de Hosni Mubarak del poder tras 30 años de ocupar la presidencia. Los muertos por las confrontaciones con las fuerzas policiales alcanzan ya más de tres decenas, sin que ello haya logrado disuadir a los manifestantes de mantenerse en pie de lucha. A pesar del toque de queda y del bloqueo al internet y a sus redes sociales que sirvieron para convocar las reuniones, ríos de jóvenes siguen fluyendo y coreando la exigencia de que Mubarak renuncie.
A lo largo de las jornadas que se iniciaron el martes 25 de enero la presión se incrementó a tal grado que finalmente varios desarrollos fueron inevitables. Barack Obama, consciente ya de que un apoyo irrestricto a su homólogo y tradicional aliado egipcio no podía ni debía sostenerse más, se comunicó con él para advertirle que la jugosa ayuda militar anual de mil 300 millones de dólares que Washington le entrega a Egipto estaría en entredicho si Mubarak no procedía a emprender de inmediato las reformas de todo tipo que demanda el pueblo, reinstaurando además todos los canales de comunicación bloqueados en los últimos días.
El presidente egipcio compareció así ante la ciudadanía —por primera vez desde que se iniciaron las protestas— para anunciar que disolvía en ese momento su gobierno a fin de formar al día siguiente uno nuevo que abordaría con seriedad los principales problemas nacionales. La policía y los cuerpos de seguridad que se habían encargado con lujo de violencia de la contención de los manifestantes, fueron retirados para ser sustituidos por el ejército que, a pesar de su lealtad tradicional al régimen gobernante, cuenta con más simpatía de parte del pueblo.
Los militares, hay que decirlo, han mostrado un comportamiento mucho más medido y cauto en su trato con los descontentos.
Sin embargo, hasta ahora Mubarak no ha renunciado a seguir ocupando la silla presidencial y por ende las protestas continúan, porque justo la exigencia de deshacerse del longevo dictador es el núcleo duro de la inconformidad.
Así que tal como están las cosas, cada hora que pasa aumentan las probabilidades de que Mubarak caiga.
Un nuevo gobierno conducido por la misma figura, de ningún modo conseguirá reinstaurar la calma.
nte un escenario como este las incógnitas que aparecen son muchas. Una vez derrocado el régimen ¿quién llenará el vacío de poder para que este país de 80 millones de habitantes no caiga en el caos?
La figura de Mohamad El Baradei, hoy en arresto domiciliario y más conocido en el exterior que en Egipto, no parece cumplir con los requisitos para encabezar un nuevo gobierno. Las protestas han sido eminentemente espontáneas y sin un liderazgo u organización firmes detrás. La inexistencia de partidos de oposición real debida a la represión impuesta por 30 años de hegemonía de un partido único —el del poder— ha dejado un panorama vacío en el que sólo las organizaciones islamistas como la Hermandad Musulmana poseen estructura.
Y esto es una fuente de incertidumbre y preocupación, porque si bien las demandas populares son absolutamente legítimas, no cabe duda que la desaparición del régimen de Mubarak bien podría convertirse en la oportunidad para que tales fuerzas islamistas aprovecharan el vacío a fin de posicionarse como rectoras de la vida nacional. Por otra parte, hay que recordar que Egipto es por muchos motivos, un país líder en el mundo árabe y lo que ahí ocurra tendrá repercusiones de gran trascendencia tanto regional como internacionalmente. Las cúpulas gobernantes de Yemen, Jordania, Argelia y varios países árabes más han puesto así sus barbas a remojar, mientras que el resto del mundo observa inquieto y desconcertado el derrumbe del orden conocido por tanto tiempo en aquellas latitudes, orden en el que la corrupción, la mano de hierro y la falta de libertades y de democracia han sido por cierto, algunos de sus pilares fundamentales.
Fuente: Excélsior
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