Desde el punto de vista estratégico de Oriente Medio, parece que el «momento unipolar» de Occidente ha terminado. Estados Unidos concentró todos sus esfuerzos en apoyar financiera y militarmente a Ucrania contra Rusia, pero ha estado descuidando otras regiones del mundo: en primer lugar, Oriente Medio. Estados Unidos ha estado ausente en la región y, como resultado, sus aliados históricos y estratégicos en el Golfo –como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos–comenzaron a buscar otros países dispuestos a apoyar sus intereses.
China, que anhela convertirse en la principal superpotencia mundial, no podría haber esperado una mejor oportunidad. Aprovechando el vacío dejado por Estados Unidos, Beijing medió en la normalización de las relaciones entre los dos países más importantes de la región: Irán y Arabia Saudita.[1] Después de todo, Washington abandonó a los sauditas en su guerra por poderes con Teherán (de hecho, el presidente Joe Biden prometió hacer de Arabia Saudita un estado paria, debido al asesinato del periodista Jamal Khashoggi), por lo que tomaron la decisión de seguir el dicho: «Si No puedes vencerlos, únete a ellos».
La decisión diplomática de los saudíes resultó provechosa. Irán ha detenido los ataques de los hutíes contra los países del Consejo de Cooperación del Golfo, y Estados Unidos se vio obligado a reconocer la importancia estratégica de Arabia Saudita, dándole luz verde para desarrollar un programa nuclear civil a cambio de su apoyo en las negociaciones nucleares con Irán. Esto se debió en parte al temor de que su antiguo aliado le diera la espalda a Occidente para siempre y, en cambio, se volviera hacia el Este.
El apoyo de Estados Unidos a los sauditas llega tarde y mejor que nunca, pero aun así es demasiado tarde. Arabia Saudita ya ha diversificado sus alianzas, debido a que consideró que no podía depender únicamente de Estados Unidos. Además, tras la desastrosa retirada de Afganistán, Estados Unidos ha ido perdiendo terreno en Irak, que hoy es una colonia iraní de facto. Los recientes refuerzos navales y terrestres de Estados Unidos en Siria y el Golfo Pérsico no cambiarán este hecho.
Mientras tanto, China continúa fortaleciendo su papel político y económico en la región. El embajador de China en Teherán, Chang Hua, enfatizó recientemente que la cooperación chino-iraní está en su apogeo. De hecho, según la firma de inteligencia de datos Kpler, los sancionados envíos de petróleo por Irán a China se han triplicado en los últimos tres años, y su sector petrolero está experimentando un crecimiento notable. La petrolera estatal de Arabia Saudita, Aramco, también está invirtiendo miles de millones de dólares en la industria petroquímica de China.
Incluso el Primer Ministro israelí, Binyamin Netanyahu, tiene planeada una visita a Beijing.[2] En particular, estamos en un momento complejo para Israel: se producen manifestaciones masivas contra el gobierno y las políticas de Netanyahu semanalmente en todo el país, y la Autoridad Palestina teme cada vez más un golpe de estado en Cisjordania por parte de Hamás, la Jihad Islámica Palestina y otros grupos terroristas. Mientras Estados Unidos parece cada vez más impotente cuando se trata de lidiar con el conflicto palestino-israelí de décadas, China estaría feliz de reemplazarlo como nuevo mediador (junto con Qatar y Egipto).[3]
Para Israel, China también es valiosa como canal de diálogo con Rusia. Estados Unidos presionó a Israel para que vendiera a Alemania su sistema de defensa antimisiles Arrow, que probablemente terminará en Ucrania. Los rusos, que operan en el vecino de Israel, Siria, no tomarán esto a la ligera. Durante años, hubo un acuerdo tácito entre los dos países que permitió a Israel atacar a las milicias respaldadas por Irán en Siria, pero esto podría deteriorarse si el sistema Arrow de Israel termina en Ucrania. Por eso Israel también podría tener interés en «diversificar» sus alianzas globales para proteger sus intereses nacionales.
China disfruta este momento en el que Estados Unidos está preocupado por Ucrania. De acuerdo con las enseñanzas de Lao Tse, Beijing quiere que el conflicto actual continúe, ya que está consumiendo la energía de Estados Unidos y le da tiempo al PCC para fortalecer su posición frente a Washington.
Lo mismo puede decirse de Rusia. El conflicto de Ucrania ha dado a Moscú una oportunidad única de liderar la lucha contra el «neocolonialismo» y el «imperialismo» en el continente africano y en otras partes, como lo había hecho durante los días de la Unión Soviética. El reciente golpe en Níger demuestra que Rusia logró reposicionarse en este papel, ya que a pesar del impulso de Estados Unidos para que la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO) intervenga contra la junta militar, la mayoría de los países africanos se oponen a iniciar una guerra. Por ahora, a pesar de las sanciones occidentales y la guerra en Ucrania, Rusia se ha mantenido a flote, en gran parte gracias a préstamos respaldados por el Estado, subsidios y venta de petróleo y gas a China.
Si la idea de Occidente de participar en la guerra de Ucrania contra Rusia era consolidar el «fin de la historia», la idea de Fukuyama que predijo que la democracia liberal prevalecería como un orden permanente, logró todo lo contrario. Con Estados Unidos prácticamente ausente a nivel mundial, han surgido nuevas potencias. Estas potencias aún no tienen la influencia que tiene Estados Unidos, pero, no obstante, están aumentando constantemente a medida que el dominio de Estados Unidos va en declive. Como consecuencia, las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024 serán decisivas para determinar si el excepcionalismo estadounidense sobrevivirá, como se espera que suceda, o si colapsará por completo y dará paso al orden mundial «multipolar» por el que China y Rusia han estado trabajando durante años.
*Anna Mahjar-Barducci es investigadora Sénior en MEMRI
[1] Ynetnews.com/article/rj6ddcben, 21 de marzo de 2023.
[2] Ynetnews.com/article/sknohryu2, 28 de junio de 2023.
[3] Ynetnews.com/article/hyv6vrtp3, 19 de junio de 2023.
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