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Escribo este Bucareli la víspera de la votación. Ignoro, por tanto, los incidentes de ayer, el minuto a minuto, la diversidad de posibilidades y, obviamente, los resultados, incluso los preliminares de conteos extraoficiales.

Llegamos los mexicanos a una democracia que hace 20 años, durante los regímenes de Salinas o Zedillo, para no ir más lejos, cuando fue calificada de dictadura perfecta, no podíamos siquiera sospechar que alcanzaríamos a ver. Este es un México distinto. Y es un México incomparablemente mejor. De un partido hegemónico (“RAE: Dirección. Jefatura. Supremacía que un estado ejerce sobre otros. Supremacía de cualquier tipo”.), pasamos al proceso de ayer. México era gobernado por un solo partido que no solo controlaba los tres poderes de la Federación, sino los poderes de hecho: el económico, el religioso, el periodístico, los instrumentos de la educación en todos sus niveles, las fuerzas armadas, el sindicalismo laboral organizado. No se movía la hoja de un árbol sin una orden del Supremo Gobierno encarnado en el Jefe del Poder Ejecutivo. Desde el gendarme de la esquina hasta el Gobernador del Estado, nadie se atrevía a dar voz con la gutural modulación del bajo si no tenía autorización del señor, jefe o patrón, como usted quisiera: muchos nombres distintos y un solo mandón verdadero.

Frente a nuestro pasado no tan lejano, la jornada de ayer es una maravilla. Nadie tiene el mando absoluto. Diez partidos políticos, además de un grupo incalculable si contamos los regionales y los no registrados, que todos cuentan, concurren como iguales ante leyes perfeccionadas paso a paso, productos de la discusión pública, del contraste de ideas expresadas por ciudadanos de todos los niveles económicos, culturales, que han pasado por diversas experiencias que documentan sus posturas y les ayudan al convencimiento doctrinario. Frente a lo que era, lo de ayer es admirable.


No nos dejemos distraer por los disturbios que causan las manifestaciones callejeras, ni siquiera por actos de violencia y llamados al desorden. Manifestaciones, disturbios, provocaciones los hay en todo el mundo. Los métodos de lucha son muy diversos. Ahora contamos con las redes sociales. Las herramientas del internet para convocar a la lucha por encima y más allá de lo que aún persista de la información controlada, por encima y más allá de lo que sobreviva del poder omnímodo fallecido el día de ayer en la República Mexicana.

Se critica a los maestros de presionar frente a la elección para lograr la cancelación de exámenes a los que se pretendía, contra su voluntad, someterlos. Pero eso es precisamente la democracia: la lucha de ideas y el uso de razones y estrategias pacíficas para lograr imponerlas. Aprovechar el momento de mayor debilidad del contrincante, difundir con claridad los elementos lógicos de convicción, usar la fuerza de la ley para defender sus intereses. Eso hicieron los maestros: evitar ser sometidos a exámenes considerados injustos; con la persistencia y energía de su profesión lograron su propósito. Eso es la política: un juego de fuerzas en el más alto nivel posible de la inteligencia y en la toma de posiciones de lucha directa dentro de los linderos legales.

Esto es lo que los mexicanos debemos rescatar de experiencias ancestrales, porque las sociedades son seres vivos que crecen y se reproducen, pero no cesan nunca en su transformación, adecuando su sistema de organización estatal a las necesidades que cambian y se adecuan a nuevas realidades del desarrollo.

Esa fragmentación de bloques políticos, esos litigios sobre el respeto a las reglas, esa pelea golpe a golpe en la defensa de cada postura legal, lo que parece negativo en el combate por la legitimidad de la elección es, precisamente, lo que le da vida y justifica todo el proceso. Eso es lo normal.

Hemos llegado, pues, a lo normal. A todo lo opuesto a la concentración del poder, a la simulación, a la dictadura fingida. Se andará en su momento el resto del camino de la democracia, pero el avance principal, el acceso a un voto cierto por parte del mayor número de ciudadanos con puntos de vista distintos, ese se ha logrado.

Eso es lo que hoy debemos aplaudir y conservar.

Queda una asignatura pendiente: la lucha contra la pobreza. Sin el combate total a la pobreza no hay democracia real. Partiría de un principio equivocado. La independencia política no puede darse sin independencia económica. Todos los ciudadanos deben vivir por encima de la pobreza en que una enorme mayoría de mexicanos se hunde cada vez más.

Ahora, presidente Peña Nieto: la pobreza. Ahí se generan los demás problemas nacionales.

No puede esperar más.

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