Cotidianamente oímos mencionar un cúmulo de organismos políticos y sociales cuyos nombres expresan los objetivos a los que presuntamente se dedican. Y resulta que por lo general, no sólo la opinión pública asume que se trata de agrupaciones comprometidas seriamente con lo que sus títulos indican, sino que en los altos círculos del quehacer político internacional ellas adquieren un poder real y también simbólico para actuar con autoridad en sus respectivos campos. Sin embargo, no hay que engañarse: abundan los casos de organizaciones que amparadas en la nomenclatura de su etiqueta y en los amañados mecanismos que les insuflaron vida, no sólo no funcionan en concordancia con sus objetivos declarados, sino que incluso actúan en sentido contrario.
Dos ejemplos bastan para ilustrar esta situación. El primero, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, creado a mediados de 2006 para sustituir a un organismo similar cuyo historial era absolutamente deficiente. El Consejo creado hace 4 años quedó integrado por 47 representaciones de países que fueron electos en función de cuotas preestablecidas: trece para África, trece para Asia, seis para Europa oriental, ocho para América Latina y el Caribe, y siete para Europa occidental y otros más. A pesar de los esfuerzos por constituir un cuerpo más confiable que el de su antecesor, a final de cuentas entre los electos quedó un buen número de países con récords muy pobres en cuanto a derechos humanos.
Un breve listado de una parte de sus integrantes da fe de que se trata de un asunto que sería tema de humor negro si no se tratara de algo trágico: China, Cuba, Libia, Arabia Saudita, Pakistán, Túnez, Rusia, Zambia, Sri Lanka, Marruecos y Bangladesh, entre otros, forman parte de este Consejo que actúa como máximo tribunal para juzgar las violaciones a los derechos humanos en el planeta. Lo leyó usted bien, estimado lector; estos países con regímenes expertos en toda clase de brutales represiones a las más elementales prácticas democráticas y responsables en diversas ocasiones de matanzas y torturas a minorías étnicas y a disidentes políticos, son quienes visten toga y birrete en los salones de la ONU para acusar y condenar a otros.
Tan aberrante resultó el funcionamiento de este Consejo, que en noviembre de 2006 el propio Kofi Annan lanzó una dura crítica contra él, reclamándole que, por intereses compartidos y compadrazgos regionales, no se tocaran, ni con el pétalo de una rosa, aterradoras situaciones como el genocidio de decenas de miles en Darfur, Sudán, o el estado de cosas en Corea del Norte. En cuatro años de funcionamiento, el Consejo ha emitido 40 resoluciones de condena: 33 contra Israel y 7 contra otras naciones, por supuesto sin ninguna condena a cualquiera de los países miembros del Consejo. Buena solución pues para mantener la inmunidad y descarada impunidad de éstos.
Otro ejemplo de organismos internacionales con nulas características para ser tomado en serio, es el de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, dependiente también de la ONU. Hace algunos días, se eligió a once nuevos miembros que se incorporarán a dicha Comisión para trabajar en ella durante el período de 2011 a 2015. ¿Quiénes fueron electos para defender y promover la igualdad de las mujeres y el respeto a sus derechos? Para Europa oriental quedaron Estonia y Georgia; Jamaica asumió la representación del grupo de América Latina y el Caribe; Europa occidental fue asignada a Bélgica, los Países Bajos y España; para la zona africana quedaron la república del Congo, Liberia y Zimbabwe, mientras que para Asia los electos fueron Tailandia e Irán. O sea que a partir del próximo año entre quienes juzgarán y definirán en el ámbito de Naciones Unidas los temas referentes a los derechos que les corresponden a las mujeres estarán los delegados de países como la república islámica de los ayatolas. Ni más ni menos. O como dice el dicho: la Iglesia en manos de Lutero.
Fuente:Excélsior
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