Ser mujer es atreverse, es desafiarse y obstinarse hasta el punto de que al mundo no le quede más remedio que apartarse cuando nosotras decidamos pasar.
Las féminas tenemos que ganarnos a pulso, con empeño y por pura obstinación el lugar que queremos para nosotras en la vida, en nuestras familias, en la sociedad y en el mundo.
Todo es más difícil para las mujeres que estamos determinadas a triunfar, a distinguirnos y a sobresalir. Todo es más difícil para aquellas que estamos decididas a conseguir el éxito, a cumplir nuestras metas, sueños y objetivos.
La igualdad de género, por ahora, es un ideal utópico. Por lo tanto, nadie nos va a regalar nada. Nadie nos va a poner las cosas fáciles. Nadie va a darnos las oportunidades que no nos ganemos con talento, capacidad y determinación.
Las mujeres que no nos conformamos con el papel que la sociedad tiene estipulado para nosotras, tenemos que empeñarnos y luchar el doble que los hombres en igualdad de condiciones. Debemos convertirnos en criaturas empecinadas, tercas y porfiadas.
Las féminas que nos hemos propuesto sobresalir, resalta y triunfar hemos tenido que aprender a abrirnos paso, de la mejor forma posible, en los terrenos que hemos elegido para enfrentar nuestras batallas confiando en nuestra propia capacidad, en nuestras destrezas y en nuestros instintos como nadie más lo haría… hasta el punto que al mundo no le quede más remedio que apartarse para dejarnos pasar, que dejarnos ocupar el lugar que nos queremos construir especialmente para nosotras, y para aquellas que deseen seguir nuestro pasos.
Particularmente, yo me siento muy agradecida con el movimiento feminista. Gracias a la lucha de las mujeres que habitaron este mundo antes que yo, hoy puedo disfrutar de derechos que ellas no pudieron dar por sentado.
Gracias al movimiento feminista que me precedió, hoy tengo la posibilidad de ejercer el voto, de manejar un automóvil, de estudiar en la universidad, de vestirme de la manera que me provoque e, incluso, de firmar mis obras, mis libros, mis publicaciones sin necesidad de esconderme detrás de un “anónimo”.
Gracias al movimiento feminista, puedo casarme con quien yo elija, puedo ejercer la profesión que me gusta, y vivir en dónde desee. En mi país soy considerada una ciudadana con igualdad de derechos y deberes ante la ley, y tengo oportunidades que nunca soñaron aquellas que vivieron en épocas previas a la mía.
Es por ello que hoy me atrevo a proclamar a viva voz y a plasmar en negro sobre blanco que el Día Internacional de la Mujer no debe ocurrir solo una vez al año, que para la mujer no es suficiente un solo día por año.
Entre 365 días, el 8 de marzo se queda demasiado corto para poder reflexionar en sociedad, con toda la profundidad que le corresponde, sobre un asunto que nos concierne a todos; sobre un asunto que nos afecta a todos, tanto a hombres como a mujeres.
El cincuenta por ciento menos favorecido y protegido de la sociedad merece más tiempo, energías y esfuerzos para pensar en dónde estamos fallando, cuáles son los errores que cometimos y seguimos cometiendo, para pensar por qué nuestras hijas siguen sin sentirse seguras y protegidas cuando están por su cuenta.
Creo que tenemos mucho trabajo por delante, pero también dudo que la sociedad occidental tenga un buen pronóstico en ese sentido. Seguimos señalando, reprimiendo y juzgando a las mujeres que se atreven a protestar por no haber logrado la igualdad de géneros. Les ponemos nombres denigrantes y las exponemos de manera pública con la intención de hacerles sentir vergüenza. Las acusamos de “feminazis”, de poco femeninas, de extremas, de fanáticas, de desubicadas, y de un largo etcétera.
Sin embargo, creo que este asunto no solo concierne a las mujeres que creemos que la igualdad de género no debe seguir siendo una utopía. Creo que este asunto concierne a las madres que educan a hijos como grandes machistas, a esposos que no dejan que sus mujeres se realicen como personas, a padres que no permiten que sus hijas salgan con quienes deseen, que estudien lo que ellas deseen o se vistan como ellas deseen.
Se trata de empresas que no dan las mismas oportunidades a hombres y mujeres, que hacen diferencias en los sueldos y honorarios solo por el género, que no dan las mismas oportunidades de crecimiento a empleadas, ejecutivas y profesionales. Se trata de ciudadanos que prefieren votar por hombres a la hora de elegir quienes van a dirigir sus destinos, se trata de las elecciones que pocas veces ganan las mujeres cuando se enfrentan a los hombres.
Queda mucho por hacer, pero son pocas las personas que trabajan en ese sentido y, por ahora, el mundo que le dejaré a mis hijos sigue necesitando más que una única jornada anual para pensar por qué el cincuenta por ciento de la población mundial no está en igualdad de condiciones frente al otro cincuenta por ciento solo por el hecho de que los cromosomas que definen su género carecen de una “y”.
Lo femenino no es una declaración, es más bien un acto heroico. Hay que ser muy valiente para saberse mujer, para sentirse mujer, para pensar como mujer y seguir luchando por un espacio igualitario dentro de la sociedad.
Publicado originalmente en www.ideasdebabel.com
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