Cada año por estas fechas, los miembros del pueblo judío tenemos una cita puntual con el tema del perdón.
La cita tiene lugar durante las 24 horas que dura la festividad conocida como Yom Kipur (Día del Perdón) durante la cual los judíos realizamos un ayuno total (de comida y bebida) rezamos en las sinagogas, hacemos actos de introspección y constricción, pedimos ser inscritos y sellados en el Libro de la Vida, y nos disculpamos con nuestros semejantes por el daño que pudimos hacerle, voluntariamente o no, durante el año que acaba de finalizar.
Esperamos, rogamos y ansiamos ser perdonados por Dios y por nuestros semejantes, pues eso nos garantiza un año más de vida según el calendario hebreo que se inicia con Rosh Hashana.
Sin embargo, a medida que me voy poniendo más sabia y “añeja” (como el buen vino), me he dado cuenta de que en esa ecuación falta el que quizás sea el perdón más difícil de pedir y de encontrar.
Es por eso que ahora escribo estas líneas dedicadas a una persona que tiendo a dejar de lado casi siempre cuando se trata este doloroso y complicado tema…
No es fácil pedirle perdón a esta persona, pero temo que sea aún más difícil conseguirlo.
Se ha convertido en un juez implacable, en un fiscal acucioso y sagaz, y en un abogado defensor muy blando y timorato….
Y todo esto lo he ido permitiendo casi sin darme cuenta de mi error.
Por eso, aquí y ahora, a la vista de todos los que quieran leerme… te pido perdón:
Por haberte relegado cuando tuve oportunidad de colocarte como prioridad.
Por no haber aprovechado suficientemente, en cantidad y calidad, el tiempo que pasamos juntas.
Por haber procrastinado acciones que te habrían permitido sentirte mejor, lograr tu bienestar y especialmente ayudarte a entender lo que sentías, a procesarlo y finalmente a superarlo.
Por haber colocado las emociones, pensamientos, sentimientos y percepciones de otras personas que me importan mucho antes que las tuyas.
Por no cuidarte lo suficiente, por no mimarte lo suficiente, por no atenderte lo suficiente.
Porque siempre me ha costado aceptarte tal cual eres, con tus errores y tus aciertos, con tus luces y tus sombras.
Porque siempre he sido muy exigente contigo, pretendo demasiado de ti, te desafío constantemente a crecer y mejorar… y casi no te doy tiempo para descansar, disfrutar, retozar y contemplar.
Por no haberte pedido perdón antes.
Por no haber sabido perdonarte antes.
Por no entender que eres tan humana como cualquiera, y que por ello, más que el derecho, tenías el deber de equivocarte, pues esa es la mejor forma de aprender las lecciones más importantes que nos dicta la vida.
Por dejar acumular no una maleta, una verdadera montaña de culpas y reproches que coloqué sobre tu espalda y te forcé a llevar a cuestas.
Porque muchas noches no te dejé descansar lo suficiente.
Por haberte fallado tanto, de una manera tan constante y recurrente…
Porque de todas las personas a las que he pedido perdón o perdonado a lo largo de mi vida, quizás seas tú quien más lo necesitaba, quizás seas tú quien más lo merecía… y aun así no te perdoné y no te pedí perdón cuando podía o debía.
Finalmente invoco tu perdón pues sin él no soy capaz de pedir o merecer el que me puede conceder Dios, o el que puedo solicitar a mis seres más queridos…
Sin ese perdón que solo tú me puedes dar no soy capaz de continuar…
Así que: Raquel, te pido perdón, o mejor dicho, para ser más correcta y precisa… me pido perdón públicamente, y también íntimamente.
De verdad, necesito perdonarme a mi misma; de ello depende que sea capaz de pedir y merecer el perdón Dios y/o a de mis semejantes…
Perdonarse a si mismo quizás sea la tarea más dura a la que las personas conscientes nos vamos a enfrentar en nuestro trabajo interno…
Y ahora que está tan próximo el día de Yom Kipur es buen momento para iniciar el proceso.
Después de todo, cuando se trata del perdón, el más auténtico, el más significativo, el que equivale al mejor de los regalos, y el que nos permitirá iniciar el nuevo año de una manera más ligera…siempre es mejor empezar por una misma.
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