Últimamente he llegado a la conclusión de que la percepción del paso del tiempo tiene más que ver con la psicología, con lo sensorial, que con el tic tac de los relojes digitales. Tal vez por eso, siento que lo que va del año 2024 ha pasado en un pestañeo. Algunas veces eso me atemoriza, especialmente cuando creo que no he hecho lo suficiente con cada día, cada semana, cada mes que he ido dejando atrás.
Y es así como, casi sin darme cuenta, los miembros del pueblo judío llegamos a la época del año en la que celebramos la festividad de Purim. Para quienes no sepan qué se aplaude en esta fecha, pues el resumen es más o menos así: un malvado llamado Hamán, asesor del primer mandatario de Persia, el rey Ajashverosh, trató de matar a todos los judíos de su reino por medio de un decreto real (firmado bajo engaño). La reina Esther y su sabio tío Mordejai, ambos judíos, intervinieron a tiempo y lograron evitar la masacre. Los judíos celebramos esta fecha por medio de disfraces, banquetes, regalos, comidas típicas y ayuda a los más necesitados.
Por supuesto, que esto es un resumen bastante burdo y casi infantil de esta festividad (relatada en un libro llamado Meguilá de Esther) que cada año vuelve a celebrar la vida por sobre la muerte, la sobrevivencia por encima de los instintos asesinos, el triunfo del amor sobre el odio y; en fin, la fuerza que siempre ha caracterizado a los integrantes del pueblo judío que nos seguimos aferrando a nuestra fe, a nuestra unión, a nuestras tradiciones y a la vida por encima de todo lo malo… y de todos los malos.
Nos han tratado de aniquilar tantas y tantas y tantas veces… que es mucho más que un milagro que sigamos existiendo como pueblo cuando todos los que trataron de borrar nuestra huella del mundo ya no son más que recuerdo e información almacenada en libros de historia: cananeos, filisteos, babilonios, asirios, griegos, romanos, persas, egipcios, cruzados, inquisidores, nazis… y otros tantos que ya no vale la pena nombrar.
Pasan las décadas, los siglos, los milenios y, pese a todo el odio que arrastramos los judíos sobre los hombros, seguimos cantando, bailando, celebrando, riendo, disfrazándonos, comiendo, celebrando la vida, nuestra fuerza y nuestra unión.
Los enemigos quedan atrás y nosotros seguimos adelante, con penas, heridas, dramas, traumas y un largo etcétera de desdichas acumuladas que vamos pasando de una generación a otra para que no olvidemos, para que no dejemos de honrar nuestras historias, para que sigamos teniendo presente todo aquello que heredamos junto a nuestros nombres y nuestros apellidos.
Al parecer, portar sangre judía es sinónimo de estar marcado de alguna manera. Al parecer, cuando apareció el primer judío, casi inmediatamente después, se creó al primer judeofóbico, al primer antisemita (y desde entonces, no han parado de reproducirse a montones). Al parecer, lo que molesta a nuestros enemigos, al punto de pretender nuestra aniquilación total, no es lo que hacemos, es lo que somos.
También he llegado a la conclusión de que ningún miembro del pueblo judío puede salvarse de sentir en carne propia de alguna manera evidente o soslayada, directa o disimulada, violenta o pasiva, el odio de quienes se creen mejores que nosotros. Un odio enquistado, ponzoñoso, antaño, hiriente y pasional que busca razones lógicas e intelectualoides para persistir cuando todo lo que hay debajo de él tiene mucho más que ver con la irracionalidad, la emocionalidad, un instinto primitivo, egoísmo primario y mucho de maldad.
Son varias las fechas del año en la que el pueblo judío agradece por haberse salvado nuevamente de ese odio que siempre termina por alcanzar a sus miembros generación tras generación (Purim, Pésaj, Lag Baomer, Yom Hashoá, Tishá BeAv y Janucá, entre otras). Un odio que ha portado distintos nombres a lo largo de la historia, que se ha disfrazado con varias máscaras a lo largo de la historia, que siempre trata de disfrazarse y disimular sus verdaderas intenciones, que siempre cambia su retórica, su justificaciones y sus aparentes razones, pero que mantiene un único e inconfundible propósito: la aniquilación completa del pueblo judío de la faz de la tierra.
Les tengo una noticia a nuestros enemigos, por si no se han dado cuenta todavía; mientras ustedes siguen maquinando, tramando, confabulando y planificando cómo herirnos, asesinarnos y/o acabarnos… nosotros seguimos celebrando o conmemorando la vida, nuestras tradiciones y nuestra fe, fecha tras fecha, festividad tras festividad, generación tras generación.
Nos anclamos a nuestros legados, nuestras historias, nuestras leyes, nuestra fuerza y nuestra luz… y allí está el mayor secreto de nuestra testaruda permanencia sobre la faz de la tierra. Jamás podrán arrebatarnos aquello que tanto odian envidian o admiran (según sea el caso): no es lo que hacemos, es lo que somos. Am Israel Jai.
Bendito sea YHAVE que protege a Israel su pueblo escogido ,