Yihad en Europa

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Un nuevo antisemitismo acecha a Europa: el yihadismo. Sábado, 24 de mayo. Víspera de elecciones. Bruselas. Tres y media de la tarde. Número 21 del Boulevard des Minimes: allí, el Museo Judío. Un paseante se detiene ante la puerta. Antes de entrar, de su bolsa de deporte extrae un revólver. Dispara sobre una pareja de turistas israelíes: ambos muertos. Penetra en el reciento. Las cámaras de seguridad lo muestran ahora con un Kalashnikov AKM de culata abatible: un arma militar usual en las acciones de comando. Liquida a tiros a otras dos personas. Huye, de inmediato. Y se esfuma por la rue Haute. Tiempo total de la acción –según lo que registran las cámaras de videovigilancia–: un minuto veintidós segundos. Cuatro muertos. Eficacia de profesional muy cualificado.

Viernes, 30 de mayo. Estación de Marsella. Mehdi Nemmouche va a descender de un autobús con origen en Ámsterdam y escala en Bruselas, cuando es interpelado por el personal de aduanas. Su equipaje incluye un Kalasknikov AKM con decenas de cartuchos, un revólver, una tela blanca con inscripciones en árabe que invocan el “Estado Islámico en Irak y en Levante” y el consabido “Alá es Grande”. Sus rasgos coinciden con las filmaciones de las cámaras en el lugar del asesinato múltiple. Sus armas, también.

Nacido en Francia en el 85, Mehdi Nemmouche no era literalmente nadie, hace ocho años, cuando tuvo sus primeros roces con la policía: un nimio atracador incompetente, que acaba siendo desarmado por su víctima. Pero ese avatar, entre triste y cómico, pone en marcha la espoleta. De pequeño robo en atraco mayor, Nemmouche va recorriendo la gama entera de los establecimientos penitenciarios franceses. Y, allí, el hombre que era nadie se dota una identidad blindada, de la mano de los clérigos yihadistas que controlan la vida interna en las cárceles. Y el que emerge de ellas no es ya un pequeño ratero. Es un hombre devoto que sólo sueña con la dignidad suprema del soldado de Alá. La encuentra.


El 4 de diciembre de 2012 sale de prisión por su último atraco. El 31 de diciembre está ya camino de Siria, para combatir junto a los yihadistas que forman la organización del “Estado Islámico en Irak y en Levante”. Allí se pierde su pista. Hasta este 24 de mayo pasado, ante la puerta del Museo Judío de Bélgica en Bruselas.

Nadie se atreve a dar cifras exactas. Pero el número de musulmanes franceses que combaten con la variedades más locas del islamismo en el Cercano Oriente es alto. Un día retornarán a casa. Como Mehdi Nemmouche. Y el único sentido de sus vidas será matar judíos, primero; luego, infieles de diverso grado. Puede que Francia esté hoy en mayor peligro, o puede que sea, sin más, el único país que osa cuantificar el actual grado de riesgo. Pero musulmanes europeos que combaten en diversas sectas yihadistas, los hay de todos los países. El problema es de Europa, no de una nación concreta. Y el retorno a casa de esos alucinados será trágico. No sólo para los judíos. Para la libertad. De todos.

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