La salida de Guidon Saar del partido Likud al cual adhirió desde su temprana juventud trae consigo por lo menos dos resultados: el fortalecimiento de los grupos de la derecha israelí y el declive – cuando no la desaparición – del partido Laborista- Mapai que modeló y presidió el país en sus primeras dos décadas.
Sorprende el apoyo inmediato que, conforme a desiguales encuestas, el público ofrece a Saar desde su resuelta decisión. Ganaría de 18 a 20 representantes parlamentarios en el caso de que las elecciones tengan lugar el próximo abril a expensas de la formación capitaneada por Netanyahu y de la agrupación Azul y Blanco de Gants. No pocos votos en su favor se derivarían de los moradores de Judea y Samaria, territorios que Saar aspira a anexar con o sin el consentimiento de las nuevas autoridades en Washington.
En estas circunstancias el Likud se inclina a postergar la fecha del nuevo torneo electoral hasta mediados del año, después de la aplicación masiva de la vacuna contra el covid y la recuperación relativa de la economía y del mercado laboral. Pero Azul y Blanco se resiste a menos que su líder tenga la seguridad de sustituir a Netanyahu el próximo noviembre, conforme a los acuerdos que habían suscrito. Tal garantía no se ha reiterado hasta este momento.
Ciertamente, la apertura de relaciones diplomáticas y comerciales con Marruecos favorece, de un lado, a Netanyahu; pero de otro, ya se vislumbra el arranque del juicio que le quitará estatura, al menos en los tramos iniciales.
Situación singular que pone en riesgo la estabilidad del país en vísperas de los cambios que habrán de verificarse en la Casa Blanca desde la última semana del próximo enero. ¿Atinará la presente y desgajada coalición gubernamental a superar estas incómodas circunstancias?
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