Es la última noche del año, mañana es Rosh Hashaná, y no creo que la fecha tenga nada que ver, pero vale la pena mencionarla para aquellos que no creen en las casualidades.
Dan 3:50 de la madrugada y un sueño me despierta con una sensación que hace mas o menos 15 años no sentía, esa combinación de tristeza e impotencia que siente alguien que ha sido bulleado.
Yo era de esas niñas a las que molestaban en la escuela, que se sentían opacadas por las niñas populares y que les daba pena hablar con los niños. Claro que durante la secundaria y gran parte de la prepa fue igual y podría decir que por un rato en mi ajshará me sentí igual. Digamos que la gente que no me quería o a quien no le caía bien se encargaba de hacérmelo saber hasta que yo comprobara que me había quedado claro. Nunca tuve las herramientas para manejarlo, nunca tuve una zona de confort donde sentirme totalmente segura y nunca tuve el valor de enfrentarlo.
Siento raro de confesarlo a estas alturas de mi vida pero mientras escribo, recuerdo que no estoy sola y que hemos sido muchos los que nos hemos sentido así, unos mas unos menos, unos a veces y otros mas seguido.
Han pasado los años y he dedicado mi vida adulta a dejarlo atrás. Conozco mis fortalezas y mis gustos, me sé capaz de todo lo que puedo lograr y he enfocado mi energía a rodearme de gente que me quiere e incluso que me admira. Me tomó mucho saber lo buena que soy en lo que hago y mas tiempo aún en no dejar que nadie me haga sentir lo contrario. Y eso pasa con casi todos esos niños molestados, que cuando crecemos nunca nadie cree que la hayamos pasado tan mal porque pues “con todo y todo salimos bien”.
Hoy hago lo que puedo para educar a mis alumnos a no repetirlo, a ser empáticos, valientes y cariñosos. Me enfrento a los adolescentes prepotentes, acompaño a los niños solitarios y demando respeto hacia mi y hacia los que me rodean.
Han pasado mas de 12 horas desde que un sueño me recordó esos momentos y no logro reponerme, a lo mejor es la falta de costumbre, a lo mejor entendí demasiado tarde todo lo que podía haber hecho para evitarlo o a lo mejor es porque lo he manejado pero nunca, hasta hoy lo he enfrentado.
Y es por eso que mis deseos de Rosh Hashaná este año van a esa gente: a los que ponen apodos en la primaria, a los que señalan a los demás en el pasillo, a las niñas que hablan de las demás en el baño de la secundaria, a los que ven a alguien llorar y no lo defienden, a los que maquilan formas nuevas para hacer al otro sentirse menos, a los que discriminan…
Les deseo, desde el fondo de mi corazón que nunca, nadie, haga sentir a sus hijos como ustedes alguna vez hicieron sentir a alguien; para que después de tantos años no tengan que pasar un Rosh Hashaná recordando lo que creyeron superado.
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