La “dictadura perfecta” a 20 años

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Siempre he creído que una buena novela enseña más sobre política que cualquier texto académico. En su espíritu irreverente, desparpajado y profundamente humano, es posible entender mejor cómo el individuo enfrenta el poder en contextos tan particulares que terminan siendo universales. De esta forma el lector puede mejorar y enriquecer su relación con el mundo.
Al respecto, aprecio a los autores no buscan “educar” o “concientizar” al individuo. Si algo he aprendido, es que las personas (sean políticos o artistas) que hablan de la muerte de las ideologías, el internacionalismo, la tolerancia o la fraternidad terminan siendo más dogmáticos, excluyentes, intolerantes y sectarios que a quienes pretenden condenar. Incluso son de temporadas: se les puede leer intensamente por algunos meses y nada más.
Por ejemplo, no me imagino releyendo a Julio Cortázar después de que salí de la universidad. Y coincido con Roberto Calasso en su apreciación sobre Bertolt Brecht: “soy de los que prefieren escapar en la noche antes de ver una vez más a los actores cogidos de la mano al final de la representación y diciendo duras verdades al público de damas y caballeros que ya echan mano del abrigo de piel y miran con benevolencia a aquellos buenos chicos en el escenario. Como Lorca, como Lukács, como Sartre, como Pavese, Brecht ha sido acogido triunfalmente, y desde hace mucho tiempo, entre los héroes de una vasta media-cultura de intenciones buenas y progresistas”.
En contraste aprecio a los autores que, sin el afán de hacer proselitismo, hablan desde sus perspectivas ideológicas. Un ejemplo de ello son, para mí, Günter Grass y Mario Vargas Llosa, respectivamente un socialdemócrata y un liberal. Podróa estar o no de acuerdo con elos en algún u otro momento, pero a final de cuentas la literatura trata precisamente de ese diálogo y complicidad con la obra que se está leyendo.
No es mi intención escribir uno de tantos textos que celebren el otorgamiento del Premio Nobel a Vargas Llosa. Hay muchas personas que conocen mejor su obra y podrían decir cosas más coherentes. Al contrario, me gustaría recordar un incidente que protagonizó el escritor hace 20 años, cuando mencionó que el México del PRI era una dictadura perfecta. ¿Sigue vigente este señalamiento, o deberíamos superarlo?
La “dictadura perfecta” y su contexto
Corría el año de 1990. Carlos Salinas de Gortari era presidente, tras las cuestionadas elecciones de 1988. Visto en perspectiva, poco importa ya saber si el fraude existió o no: el régimen había entrado en una etapa de desgaste y desprestigio tal que sonaba como verdad de perogrullo.
El régimen corporativista y cerrado al mundo que había diseñado el PRI se estaba viniendo abajo y Salinas buscaba crear un nuevo modelo que le diera un segundo aire. Por ello se tejieron pactos con actores como la Iglesia. Se inició un proceso parcial, selectivo y opaco de apertura y liberalización económica que no sólo dejó intactos los intereses anquilosados que se habían adueñado de los sectores productivos, sino que se hizo con las viejas estructuras políticas. Los acuerdos comerciales aparecerían unos años después, con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En lo ideológico se pretendió reemplazar al nacionalismo revolucionario con un nuevo discurso basado en un pastiche apenas coherente de citas decimonónicas, al que se le quiso llamar “liberalismo social”. En breve, se nos quería vender una idea de modernidad sin reformar un régimen que era (y sigue siendo) premoderno hasta la médula.
También en esos años se inició un proceso gradual de democratización. Estaba por crearse el Instituto Federal Electoral y faltarían seis años para que llegase a ser un órgano constitucional autónomo. Un año antes se había reconocido el triunfo del PAN en la gubernatura de Baja California. La alternancia era una realidad en ciudades como Hermosillo, Guanajuato, San Luis Potosí, Chihuahua, Ciudad Juárez y Durango. El PRD era un partido nuevo y, aunque algo rijoso, prometedor. La Jornada era un diario crítico pero plural que llegó a tener entre sus plumas a Carlos Castillo Peraza y a Felipe Calderón Hinojosa.
El 30 de agosto de ese mismo año la revista Vuelta llevaba a cabo su encuentro internacional “El Siglo XX: la experiencia de la libertad”. Uno de los invitados era Mario Vargas Llosa, quien impartió la conferencia De la literatura cautiva a la literatura en libertad, durante la cual opinó que nuestro país vivía una dictadura perfecta. Al ser interpelado por Octavio Paz, dijo:
“Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir. Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización actual soy el primero en celebrar y en aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja dentro de esa tradición, con un matiz que es más bien agravante.
“Yo recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano como esta fórmula. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, es México. Porque es la dictadura camuflada, de tal modo que puede parecer que no es dictadura; pero tiene de hecho, si se escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido, un partido que es inamovible, un partido que concede suficiente espacio para la crítica, en la medida que esta crítica le sirve, porque confirma que es un partido democrático, pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia.
“Una dictadura que, además, ha creado una retórica de izquierda, para la cual, a lo largo de su historia, reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la inteligencia. Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema, de dictadura, que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos, sin exigirle una adulación sistemática, como es la mejor manera de garantizar la permanencia de este partido en el poder.
“Un partido, de hecho, único porque era el partido que financiaba a los partidos opositores. Esa es una dictadura. Es decir, puede tener otro nombre, una dictadura muy sui géneris, muy especial, muy diferente. Pero tanto es una dictadura cuando todas las dictaduras latinoamericanas, desde que yo tengo uso de razón, han tratado de crear algo equivalente al PRI en sus propios países”.
No sobra decir que Vargas Llosa tuvo que salir de México de inmediato.
¿La nueva “victoria cultural”?
El mejor criterio para juzgar la vigencia o no de lo que en su momento afirmó Vargas Llosa es la medida en que sus postulados se mantienen. Veamos cada uno de ellos.
Si bien el PRI generó su propia oposición en los años sesenta del siglo pasado para legitimarse a través de la apertura de espacios en el Congreso de la Unión con las diputaciones de partido, para 1990 esos cambios habían generado una creciente pluralidad que llevaría al momento que vivimos. Las reformas electorales que vendrían generarían un sistema de partidos competitivo, que goza de financiamiento público y autoridades que garantizan que los votos sean contados. Cierto, hay muchos pendientes y fallas en esta área. Pero este postulado de Vargas Llosa perdió vigencia.
Tampoco el actual sistema limita a la crítica considerada nociva. Aunque todavía falta por hacer en cuanto a abrir la competencia para los medios electrónicos, la situación es completamente distinta. El reto, en todo caso, es proveer seguridad a los periodistas frente al embate del crimen organizado.
Es importante detenerse en la afirmación de que la dictadura mexicana no era de una persona, sino de un partido. Esto se debió a un arreglo particular: la prohibición a la reelección inmediata a todos los cargos públicos salvo los gobernadores y el presidente, donde sería absoluta. La regla se creó en 1933, con el fin de centralizar toda la autoridad en quien tenía la capacidad de designar las candidaturas: el ejecutivo.
El vacío que dejó un partido hegemónico fue ocupado por diversos líderes que tienen la capacidad para determinar o influir en la selección de candidatos: los dirigentes de los partidos y los gobernadores. Conviene hablar un poco sobre cómo estos individuos hacen provecho de esta facultad.
Los primeros suelen pasar de una cámara a otra a través de los asientos de representación proporcional, lo que les permite actuar con la irresponsabilidad que observamos. Esto genera un fenómeno interesante: en toda democracia un partido que pierde el poder debe pasar por un periodo de replanteamiento que por lo general implica la renovación total de sus elites antes de volver a ser una opción competitiva. Hoy vemos cómo el PRI tiene amplias posibilidades de regresar a la Presidencia de la República con aproximadamente los mismos dirigentes que tenía en 1990 o antes. Todo gracias a una frase de Francisco I. Madero que fue tergiversada al convertirse en un dogma legitimador: “Sufragio efectivo, no reelección”. Resulta irónico pensar que los priístas justificaron este sistema bajo el argumento que permitía la rotación de élites y evitaba que unas cuantas camarillas se anquilosaran en el poder.
La afirmación de Vargas Llosa es más vigente para el caso de los gobernadores. Al tener la capacidad para convertirse en los principales electores en sus territorios, pueden llegar a tener una mayoría en el congreso local y una buena parte de los municipios. Tienen enormes recursos a su disposición (mismos que no recaudan, pues alrededor del 90% de sus ingresos dependen de la federación), los cuales ejercen con total discrecionalidad. Gracias a su influencia en el legislativo, pueden designar a los integrantes de los otros órganos públicos, como el supremo tribunal de justicia y el instituto electoral local. De esa forma pueden convertirse en perfectos dictadores en sus entidades, no importando el partido al que pertenezcan.
Pero por encima de todo, lo dicho por Vargas Llosa tiene plena vigencia al afirmar que el PRI había creado una retórica de izquierda avalada por la cooptación de la intelectualidad mexicana. Todo régimen crea sus propios discursos legitimadores como parte de su ejercicio del poder, y en esto los tricolores no fueron la excepción. Incluso se puede decir que lo hicieron especialmente bien.
Se puede distinguir el discurso legitimador de este partido desde la forma en que está redactada la Constitución (especialmente los artículos 3, 27 y 123); las visiones de nuestro origen y destino que transmiten tanto la historiografía oficial como los voceros de la “mexicaneidad”; la forma en que se inhibe la iniciativa individual y se premia la irresponsabilidad a través de normas y creencias como la falta de claridad en los derechos de propiedad, el sistema fiscal o el corporativismo, por citar algunos; y la creencia de que algún día vamos a elegir a un buen político en lugar de exigirles cuentas a los que tenemos.
El problema es que todo mito y discurso pierde eficacia. Lo malo de nuestro caso es que las creencias se encuentran tan bien arraigadas que generan un sistema cada vez más ingobernable, independientemente del partido en el poder o los equilibrios en el órgano legislativo.
¿Qué se necesita para cambiarlo? La actual situación requiere tanto de un ejercicio por cambiar los discursos de legitimación como de reformas legales que fomenten conductas distintas por parte de nuestros representantes. El proceso no será inmediato, sino paulatino. Pero ciertamente no vamos a tener un mejor país a través de conductas espontáneas, buenos deseos y propaganda optimista o gracias a la aparición de líderes providenciales que “hagan lo correcto por el bien de la Nación”.
Hacia 1990 las expectativas se centraban en los cambios que traería un partido distinto al PRI. Por ello la lucha era en pos de reglas que instauraran una democracia procedimental, donde los votos fuesen efectivamente contados y los institutos políticos pudiesen competir en condiciones de equidad.
El cambio de partido en el Poder Ejecutivo federal fue producto de una larga transición a través de la cual se fueron ganando espacios a nivel local. Se hubiera esperado que las otrora oposiciones, concretamente el PAN y el PRD, revisasen en sus respectivos ámbitos de poder las reglas y mitos que permitieron la dominación del PRI y los desarticulasen. Incluso el PAN provenía de un origen ideológico y doctrinario completamente distinto para poder hacerlo.
Sin embargo, esos partidos encontraron que las reglas vigentes les resultaban cómodas sin detenerse a pensar que cada vez generaban menor eficacia. En lugar de hacer un ejercicio de reflexión serio, la discusión se perdió en modelos generales de reforma institucional, la mayor parte basadas en el diletantismo y la charlatanería en lugar de un diagnóstico realista con propuestas puntuales.
Cuando eso sucedió, cada vez mayores sectores de la población comenzaron a pensar que el PAN y el PRD eran, al menos, iguales que el PRI. Con ello, cada vez más personas optan por no participar en las elecciones o votar por quienes, piensan, saben gobernar: los inventores de los mitos vigentes.
¿Logrará el PRI mejorar las cosas si gana en 2012? Por la argumentación expuesta, no. La “dictadura perfecta” se consolidó de manera exitosa como una mentalidad; aunque en la práctica los mitos se encuentren tan arraigados que se han convertido en un lastre. Sin embargo, la última victoria cultural habrá sido de ellos.
¿Una victoria pírrica? Definitivamente, pero victoria al fin y al cabo.
Pero bueno… esperemos que dentro de algunos años alguien haga una buena novela sobre todo este caos.
Posdata
Acaban de terminar las comparecencias del gabinete ante el Congreso. Hace unas semanas se dijo en este espacio que iban a ser más un espectáculo antes que un acto de rendición de cuentas. ¿Aprendieron algo sobre la marcha del Ejecutivo gracias a la Glosa del Informe? ¿Con qué se quedaron? ¿Con anécdotas, insultos y ocurrencias? Me encantaría conocer sus opiniones.
Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y Maestro en Estudios Legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Fue Secretario Técnico de la Comisión de Participación Ciudadana de la LVI Legislatura de la Cámara de Diputados (1994-1997). Durante los trabajos de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, fue Secretario Técnico de la Mesa IV: “Régimen de gobierno y organización de los poderes públicos” (2000). En la administración pública federal, fue Director de Estudios Legislativos de la Secretaría de Gobernación (2002-2005). Ha impartido cátedra, seminarios y módulos en diversas instituciones académicas nacionales. Es Coordinador Académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (Fondo de Cultura Económica, 2003). En este momento, se encuentra realizando una investigación sobre las prerrogativas parlamentarias. Escribe artículos sobre política en diversos periódicos y revistas. Página electrónica: www.fernandodworak.com. Contacto: [email protected].

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