Año uno

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Somos un país que espera mucho de sus gobiernos y poco de si mismo y de su sociedad. Nuestra historia, tristemente, es una secuencia de líderes caudillos o de representantes de grupos de interés, con algunos episodios notables de patriotismo y entrega real para constituirnos como una nación próspera y justa.

Es posible que por eso no estemos acostumbrados a discrepar, a autocriticarnos y a reconocer que puede que no seamos tan buenos como pensamos, ni tan malos como dicen que somos. Es decir, siempre nos ha faltado equilibrio y objetividad para aceptar defectos y errores, aunque tendemos a exaltar muchos de nuestros rasgos, logros y costumbres.

Hace 12 meses, llegó al poder un movimiento que obtuvo el respaldo electoral de una mayoría cansada de la corrupción, la violencia, la impunidad y el capitalismo de cuates. La opción que triunfó, con el líder que la encabezaba, ganó porque pudo articular una serie de propuestas y de promesas enfocadas resolver el evidente deterioro del país.


La situación nacional, no lo olvidemos, había llegado a un punto grave en el que las y los ciudadanos habíamos perdido la confianza y la esperanza en que las instituciones, en particular el gobierno federal anterior, iban a corregirse solas a favor de la mayoría de nosotros.

Los escándalos de corrupción pesaron demasiado en la oferta de continuidad que presentó el partido entonces en el poder y los antecedentes en el mismo rubro del partido de oposición, que ya había gobernado durante dos sexenios, fueron una carta de presentación que no los ayudó para convencer a un electorado harto de abusos.

Por ello, y por otros elementos, el movimiento del actual Presidente de la República agrupó a cientos de miles que antes se consideraba impensable que coincidirían, entre ellos los empresarios y algunos sectores que temían las ideas, políticas y propuestas del, en ese momento, candidato. Tuve la oportunidad de advertirle en público al Presidente anterior que el tiempo y la confianza de la ciudadanía eran escasos y luego que, ante la inminencia de las elecciones del año pasado, reflexionaran muy bien sobre su legado a la historia de México, ya que todavía había oportunidad de corregir. Tengo más seguridad en que mis palabras cayeron en saco roto a que se escucharon a medias. Si bien tuvimos una transición tranquila, que puede comprobar que no hubo intervención del gobierno federal en la decisión de julio del 2018, los obstáculos y las resistencias han estado presentes desde el inicio por quienes ahora se consideran del lado opositor.

Incluso este domingo, en el que se celebran los 12 primeros meses oficiales (hubo casi seis de tránsito en que se tomaron decisiones, medidas y acciones, frente a un gobierno que se extinguía) de mandato, habrá un pulso entre quienes apoyan y quienes rechazan a esta administración, en la forma de manifestaciones públicas paralelas que alimentan ese deseo de muchos grupos de interés por dividirnos como lo lograron en 2006 y en otros momentos clave de nuestra historia. Sin embargo, el análisis objetivo de este primer año confirma que, gusten o no, varias de las promesas que se hicieron hoy son políticas públicas inamovibles o leyes aprobadas por mayoría o hasta unanimidad, que corrigen o tratan de enderezar errores y condiciones que permitieron el aumento de la desigualdad, la pobreza y el enriquecimiento inexplicable.

Menciono algunas cuya controversia sigue hasta la fecha: la austeridad republicana es una realidad, a pesar de las consecuencias que acarrea en la retención de talento (que absorbió en su mayoría la iniciativa privada) y los recursos con los que debe contar un gobierno para su operación diaria, que tampoco han empeorado ni mejorado notablemente la ejecución de trámites o nuestra relación diaria con la burocracia; lo que sí se ha modificado es la posibilidad, siempre presente, de solicitar una dádiva o sobornos a grito en cuello, aunque con esto no quiero decir que ya no ocurra.

La lupa con la que se vigila cada movimiento del nuevo gobierno ayuda indirectamente a la transparencia que tanto se manipuló en el sexenio anterior. Ha habido más escándalos expuestos en la conferencia mañanera, que los informados por las dependencias y agencias de gobierno encargadas de combatir y prevenir la corrupción y las violaciones a la ley.

El combate al huachicol nos trajo a la realidad de que somos una economía que todavía depende del petróleo y también dejó claro que este gobierno mantendrá la estabilidad macroeconómica, la inflación controlada e invertirá en muchos planes, bajo sus reglas, con la iniciativa privada que esta semana que pasó tuvo su mejor momento del año.

En resumen, este es un gobierno con un estilo y un propósito muy definidos, pero que no es diferente a cualquier otra administración moderna que debe navegar por entornos de incertidumbre dentro y fuera de sus fronteras. Serán los resultados los que lo harán pasar a la historia o lo relegarán al mausoleo de la decepción nacional.

Acerca de Luis Wertman Zaslav

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