Carta póstuma a Antonio Escudero Ríos, maestro y amigo

Por:
- - Visto 728 veces

Querido Antonio,

Llevo desde hace mucho tiempo pensando en escribirte esta carta. Y como sucede con tantas otras cosas, la vida frenéticamente absurda que llevamos me ha hecho aplazarlo una y otra vez. Tanto que al final llega tarde a su destinatario, pues el pasado 3 de septiembre, en un día tormentoso de final del verano, nos dejaste, sin tiempo para despedirse siquiera. Ya lo decía mi añorado Andrés Lewin, las despedidas nunca son perfectas, y siempre son tristes. 

Antonio, nos has dicho adiós, y sin embargo, parece que fue ayer cuando nos conocimos, hace ya más de tres décadas. Yo era un niño de 12 años, que acompañaba a mi madre a la casa que acabamos de alquilar en el pueblo abulense de Las Navas del Marqués. Era entonces un niño un poco atípico, al que le encantaba pasar tiempo con adultos, escuchando sus conversaciones. Y en esas, apareciste tú, rodeado de perros, con los que tenías una conexión especial, andando siempre de aquí para allá por los campos y bosques de la zona. Pude percibir desde el primer momento tu vasta y singular cultura, como perteneciente a otro tiempo, a otro siglo. Una de las cosas que desde el principio más me atrajeron de ti fue tu capacidad de vivir tan al margen de las convenciones sociales. Creo que no he conocido a nadie tan ajeno al mundo capitalista. Jamás te interesó vender tu fuerza de trabajo al mejor postor. El dinero fue la última de tus preocupaciones. Desdeñaste el mundo de la imagen con toda naturalidad. Tus hábitos y costumbres eran de una austeridad tal que parecía que Diógenes de Sinope había caído de repente en medio de la orgía consumista que caracteriza nuestra época. De ti, sin duda, se podía haber dicho lo que se atribuía a Erasmo de Rotterdam: cuando tenías un poco de dinero, comprabas libros; cuando tenías algo más, comida y ropa.


En tu casa, compartida con tu hermana, la poeta Isabel Escudero, y su compañero, el filólogo y filósofo Agustín García Calvo, se respiraba un ambiente bohemio y caótico, donde los libros eran los indudables reyes del hogar. Aunque la verdadera joya de aquel rincón era el hermoso jardín que tú, Antonio, creaste con paciencia y esmero, labor en la que me encantaba ayudarte. “Quien cuida un jardín, se cuida a sí mismo” te gustaba decir. Afortunadamente, tu entusiasmo por los árboles fue mucho más allá de los confines del jardín, y son muy escasos los moradores de Las Navas del Marqués que no han tenido la oportunidad de contemplar alguno de los miles de cipreses, pinos y olivos que has plantado en la región. Si es verdad que, como dice el proverbio, quién ha plantado un árbol no ha vivido inútilmente, desde luego, tú no lo hiciste querido amigo.

Recuerdo ahora con una sonrisa cómo me inventaba siempre mil excusas para escabullirme de la pandilla de chicos de mi edad que trataban, con una perseverancia que a mí me parecía fastidiosa e incomprensible, que me uniera a sus andanzas con ellos. Lo único que deseaba es que llegara la hora de nuestro paseo, de recorrer los montes en tu compañía, escuchando embelesado las mil historias que contabas, la pasión por los libros que transmitías. Gracias a ti comencé a leer las trepidantes aventuras que narra Jack London en Colmillo Blanco o La llamada de la selva. Comencé a familiarizarme con el mundo judío que tanto te apasionaba. Mi imaginación se desbordaba escuchándote hablar de Tristán da Cunha, isla pérdida en la inmensidad del Atlántico. De repente nuevos universos aparecían ante mí, que en ese momento me resultaban exóticos y fascinantes: obras como el Tao Te King de Lao Tsé, los escritos de Krishnamurti… Creo que nos entendimos tan bien a pesar de la diferencia generacional debido a tu perpetua curiosidad, semejante a la de un niño.

Un verano, en el que yo ya rondaba los 14 años, pero no acababa de dar el estirón, marchitaba acomplejado y taciturno. Decidí apuntarme a la carrera de fondo que era el evento estrella de las fiestas de Las Navas, y al tú enterarte, te convertiste en mi entrenador mañana y tarde. Agarrado a tu fiel bóxer, Judas, me enfrentaba de forma inclemente a una cuesta tras otra: “Cuando corras en llano, te parecerá tan fácil que volarás”, me decías. Llegó la hora de la carrera y al observar a mis rivales, que me sacaban cabeza y media, enseguida asumí la inevitabilidad de mi derrota. Pero fue empezar a correr y, efectivamente, no corría, volaba. Los espectadores no daban crédito al ver a ese liliputiense entre gigantes corriendo como un rayo,  al que tú habías cincelado con voluntad de hierro. 

El tiempo pasó, formé mi propia familia, y siempre me quedará el recuerdo de mis hijos señalándote en la distancia, volviendo de alguno de tus largos paseos, al grito emocionado de “mira papá, ¡Antonio Escudero!”. Pocas experiencias han sido tan gratificantes como contemplar el entusiasmo con el que los niños han continuado plantando árboles contigo, Antonio. No, no has vivido inútilmente. 

¿Quién plantará ahora los árboles en Las Navas del Marqués? ¿Dónde encontraremos esa silueta inconfundible que recorría los caminos, con su inseparable gorra y bastón? ¿Quién nos descubrirá nuevos libros y autores con la pasión del que parece que está empezando a leer por primera vez? Qué sería la vida sin personas como Antonio Escudero, quijotescas, singulares, buenas, amables. Gracias Antonio, por haber sido maestro y amigo.

4 comentarios en «Carta póstuma a Antonio Escudero Ríos, maestro y amigo»

Deja tu Comentario

A fin de garantizar un intercambio de opiniones respetuoso e interesante, DiarioJudio.com se reserva el derecho a eliminar todos aquellos comentarios que puedan ser considerados difamatorios, vejatorios, insultantes, injuriantes o contrarios a las leyes a estas condiciones. Los comentarios no reflejan la opinión de DiarioJudio.com, sino la de los internautas, y son ellos los únicos responsables de las opiniones vertidas. No se admitirán comentarios con contenido racista, sexista, homófobo, discriminatorio por identidad de género o que insulten a las personas por su nacionalidad, sexo, religión, edad o cualquier tipo de discapacidad física o mental.


El tamaño máximo de subida de archivos: 300 MB. Puedes subir: imagen, audio, vídeo, documento, hoja de cálculo, interactivo, texto, archivo, código, otra. Los enlaces a YouTube, Facebook, Twitter y otros servicios insertados en el texto del comentario se incrustarán automáticamente. Suelta el archivo aquí

Artículos Relacionados: