Cuando vive una lengua

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¿Por qué nuestros antecedentes nos dicen poco a los jóvenes? ¿Qué es lo que ha pasado que ya no nos sentimos relacionados con nuestra historia? La respuesta es obvia: tenemos infinitas cosas que hacer en el presente.
Así es la vida de un joven: estamos acostumbrados a que todo lo tengamos en nuestras manos, sabiendo que sí no conseguimos algo en el momento, llegará unos días después por DHL.

Aunque parezca lo contrario, no hay tantas cosas que nos separan del resto de las generaciones. En realidad, hay varios factores que nos unen: el arte, una cultura, una educación y por supuesto, una religión. “Del polvo fuiste hecho y al polvo regresarás” . Como pueblo, conocemos nuestros inicios y no le tememos al fin. Cada vez tenemos más aspiraciones en la vida y menos miedo a la muerte. Así, también, nos representa una historia y siempre encontramos la forma de luchar a favor de la unión.

Conocemos la Torá y nos relacionamos con ella de distintas maneras: desde encontrarle un valor o una moraleja a un escrito, hasta disfrutar una broje en el shul o en las cenas de Shabes.


Relacionarnos con nuestra historia se vincula, naturalmente, con una lengua. Aquella con la que nos identificamos, la que escuchamos en casa y con nuestra gente cercana. Cada detalle que utilizamos en nuestro lenguaje cotidiano es digno de ser analizado, ya que le damos uso según el contexto en el que nos encontramos. Por ejemplo: no hablamos de la misma manera con nuestros padres, que con los amigos. Inclusive, sí nuestros abuelos nos escucharan hablar con los amigos, podría ser difícil para ellos entendernos ya que el modo en que utilizamos las palabras no es el mismo que usamos con ellos.

Imaginemos que nuestros bisabuelos y tatarabuelos encontraban todo un mundo de posibilidades en un solo idioma: el idish. Éste los llenaba por su folklore y su riqueza cultural, siempre acompañado de chistes y dichos con picardía. Sorprendentemente, el idioma siempre ha tenido un enunciado para cada ocasión. El idish es tomado en cuenta por ser de los únicos idiomas en encontrarle una palabra exacta a cada momento.

En los últimos 15 años se ha escuchado, entre la comunidad judeo-mexicana, que el idish es un “idioma muerto”. ¿Qué es lo que hace una lengua muerta? Miguel-León Portilla nos lo puede relatar de un modo claro. Aunque les aseguro que sus palabras podrían llegar a ser dolorosas y deprimentes. A continuación el último verso de su poema “Cuando muere una lengua” :

Cuando muere una lengua,
ya muchas han muerto
y muchas pueden morir.
Espejos para siempre quebrados,
sombra de voces
para siempre acalladas:
la humanidad se empobrece.

El idish no cumple con nada de lo anteriormente mencionado. Al contrario, nos enriquece como pueblo. Gracias a él, entendemos porqué estamos aquí. Las historias que lo componen, nos definen.

La realidad es que una lengua no muere sino hasta que se deje de hablar, cantar, leer, escribir o estudiar. El idish no está muerto: hay libros que aún se pueden explorar, anécdotas por contar, chistes que se acoplan a nuestra realidad y una historia que, definitivamente, nos hace entender por qué estamos aquí.

Como jóvenes judíos, no podemos permitir que nada de nuestro pasado se esfume, debemos de hacerlo real: digitalizarlo y hacer que las historias que creamos se compartan. Que la gente se entere porqué el pueblo judío sigue y seguirá vivo, así como sus lenguas, su cultura y su apreciable arte.

Demostremos que nuestros valores judíos, acompañados de su historia, siempre serán un hoy, un mañana y un siempre.

Para más información, visita:
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