¿Desconfianza o recesión?

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El viernes, Standard & Poor’s bajó la calificación de la deuda soberana de Estados Unidos. Por primera vez en su historia, estos bonos perdían el máximo grado posible. ¿Y qué pasó el lunes cuando abrieron los mercados financieros? Pues que muchos inversionistas se lanzaron a comprar los bonos del Tesoro americano a los que le habían disminuido la calificación.

Por increíble que parezca, la caída en la calificación hizo que aumentaran los precios de estos títulos. En lugar de que la gente los vendiera masivamente, compró más. ¿Por qué? Pues porque la deuda de Estados Unidos sigue siendo uno de los instrumentos que buscan los inversionistas cuando quieren proteger su dinero por una posible turbulencia económica.

No importa que Estados Unidos tenga una deuda de más de nueve billones de dólares (nueve más doce ceros). Ni que Standard & Poor’s piense que “el plan de consolidación fiscal recientemente acordado entre el Congreso y el Poder Ejecutivo en Estados Unidos no es suficiente para estabilizar la dinámica de la deuda soberana a mediano plazo”. Ni que la agencia se muestre pesimista sobre “las dificultades que tienen los partidos para zanjar sus diferencias sobre la política fiscal”. Lo que importa es que todo el mundo sabe que el gobierno de ese país, a pesar de sus problemas, va a pagar su deuda porque tiene la posibilidad de apretar un botón y crear los dólares necesarios para sufragar intereses y capital. Por eso, el gobierno chino, el empresario mexicano, el ama de casa belga y el pensionado japonés se refugian en la deuda estadunidense cuando tienen miedo: siguen confiando en que el gobierno de Estados Unidos les va a pagar puntualmente intereses y capital.


En este sentido, lo ocurrido el viernes no es un problema de credibilidad con la deuda de Estados Unidos. El problema es de incertidumbre: la preocupación de que la economía estadunidense vuelva a caer en una recesión, es decir, dos trimestres consecutivos de crecimiento económico negativo o la contracción del tamaño de su Producto Interno Bruto.

Es por eso que la degradación en la calificación de la deuda estadunidense ha afectado sobre todo el precio de las acciones, es decir, del valor que los inversionistas le dan a las empresas. El temor es que la decisión de Standard & Poor’s contribuya a que caiga aún más la confianza de los consumidores estadunidenses. Que éstos, en consecuencia, gasten menos y por tanto se derrumben los ingresos y utilidades de las empresas. Ante la perspectiva de una posible recesión, el inversionista suele vender sus acciones para refugiarse en instrumentos de bajo riesgo como son el oro, que está carísimo, o en bonos del Tesoro Americano, con todo y que les hayan bajado la calificación.

Al momento de escribir este artículo, todas las Bolsas del mundo están cayéndose de manera importante. Los inversionistas están enviando un mensaje de preocupación. Piensan que se ha incrementado la posibilidad de una recesión en Estados Unidos y, por tanto, en el mundo entero (a eso hay que sumar, desde luego, los problemas de finanzas públicas en Europa y el impacto económico del tsunami en Japón).

A finales de 2010, una encuesta del Wall Street Journal entre 55 economistas le daba 15% de probabilidad a que la economía estadunidense entrara en una nueva recesión en 2011. La Reserva Federal, el banco central de ese país, la ponía en dos por ciento. Este primero de agosto, los apostadores en intrade.com le daban seis por ciento. Hoy ya piensan que es de 25 por ciento. En cuanto a una posible recesión en Estados Unidos para 2012, los apostadores piensan que hay 29% de probabilidad de que esto suceda.

Apostadores e inversionistas están viendo, con mucha claridad, un incremento en la posibilidad de una nueva recesión en Estados Unidos que arrastre al mundo entero. Sin embargo, las probabilidades todavía siguen siendo menores a 50 por ciento. No obstante, este ambiente de incertidumbre tendrá consecuencias económicas y políticas para México.

Fuente:Excélsior

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