Este evento fue instaurado para celebrarse anualmente, en Estados Unidos en el año 1914 y en 1922 en México por el periodista Rafael Alducín. ¿Qué es? ¿Qué se pretendía? ¿Quién lo festeja? ¿Para qué se celebra este día año con año? Es una tradición cultural, es publicidad para la gran comercialización, un día señalado para querer y festejar a las madres, para sentirse querida o rechazada, un día para que los hijos enojados lo muestren, un símbolo…puede ser todo y nada al mismo tiempo.
Es un día que hace feliz a muchas mujercitas que no siempre son reconocidas ni festejadas más que en ese día, muchas niñas y niños vestidos de blanco entregan con amor un clavel a sus madres y éstas los reciben con alegría. El sentido comercial que se ha dado al día no invalida el sentimiento que surge a través de las generaciones y en algunas familias. No es menester que surja pero tampoco que se acabe por decreto.
Yo creo que cualquier festejo es agradable y los festejos amorosos no estorban pero si aquello que se usa en contra de los bolsillos de las gentes. En este día en que las emociones van y vienen, los precios de las cosas suben irremediablemente. El tráfico en la ciudad de México se hace tan intenso que quién lleva flores de norte a sur se está arriesgando a que las flores se mueran en el camino. La parte afectiva y sentimental del evento hay que conservarla sin sujetarse a situaciones que sólo producen presiones y conflictos en la familia. Surge una lucha entre lo intelectual y racional, “moderno” contra lo dulce y afectivo del festejo.
Mis primeros recuerdos de ese día son en la escuela y haciendo regalos para mi madre; sentía cierta emoción en la preparación del evento, había que pedirle el dinero al papá para que fuera una sorpresa para mamá, esto y la preparación de los bailables: Los regalitos se empezaban a preparar semanas antes para terminarlas a tiempo y ese día podérselas llevar o entregar en el festival de la escuela: Cajitas de madera pirograbadas, tarjetas de felicitación, pequeños floreros pintados a mano, juegos de peine y espejo, todo tipo de chácharas en las que el niño siente que está preparando un gran regalo y las madres lo reciben contentas y no siempre lo ven tan útil o bonito pero si tierno.
Pasan al cajón de las cosas que no se utilizan mucho pero que da lástima tirar, por haber sido hechas por los hijos. De aquellos vestigios que son mis recuerdos hay un empalme entre lo que yo hacía a mi madre y lo que mis hijos, años después me hicieron alguna vez. Las mismas cosas pero diferentes al mismo tiempo que tocan el orgullo y la alegría de ser madres.
Una amiga me cuenta: mi mamá se sentía muy contenta de que existiera el día de la madre, aunque no siempre lo pasaba muy bien. Creo que esperaba mucho y recibía poco. Era un día diferente. Estoy segura de que en su pueblo, en Polonia esto no existía y sin embargo ella lo adoptó como una gran fecha. Era incluso más importante que el día de su cumpleaños que no festejaba.
Paulatinamente el cuestionamiento del día fue llegando pero la corriente me jalaba para hacer lo que los demás hacían. La singularidad, la lucha apasionada por mostrar mi diferencia; el origen de la contradicción que este día conlleva para muchas personas. No importa pero sí importa; no hay que festejarlo pero se siente chistoso no hacerlo cuando es parte del mundo en el que vivimos.
En la escuela en que estudiaron mis hijos, se decía que el día no importaba pero las madres teníamos que asistir a la tabla gimnástica y a la entrega del cuadernito con los versos que cada niño escribía a su propia madre. ¿No es esto contradictorio?
Leticia me comenta: a veces siento envidia de la gente que lo festeja sin tanto cuestionamiento aunque esté cumpliendo con uno más de los mandatos del sistema económico. Yo lo cumplía a medias, ya que no me hubiera atrevido a no visitar a mi madre ese día y tampoco me sentí con el derecho de exigir a mis hijos. ¡Yo era moderna e intelectual! No me quedaban esas nimiedades!
Luisa agrega: en mi interior, es un día diferente y tiene que ver con el significado que tenía para mamá y para mí cuando era pequeña.. Cuando mamá tenía más de 70 años y mis hijos y yo la visitábamos, nos recibía vestida elegante, había preparado algún postre para esperarnos. ¡Era su día! Aún la veo caminando para abrir la puerta; traía un vestido de fiesta, su cabello enchinado y una dulce sonrisa en la boca que mostraba el placer que le daba sentirse reconocida y festejada. Fue una gran madre dulce y buena. Los festejos y regalos que le dí se los merecía. Pensar en eso me produce ternura, hay que que dar en vida y a tiempo. No se piensa igual a los cuarenta años que a los sesenta, setenta u ochenta.
Creemos que nos podemos enfrentar a la cultura desafiando, criticando y desenmascarando las ilusiones falsas que se esconden detrás de ciertos sucesos. Es un logro a medias ya que se van grabando en lo inconsciente a pesar del pensamiento consciente. Cuando se hace con amor nos damos un premio a nosotras y a los que nos rodean. Algunos juicios que emitimos se enmarcan en un conjunto de usos y costumbres, formas de comportamiento tan fuertes que no se suprimen. Hay que valorar su efectividad y el placer afectivo que producen en muchas madres que han dado todo lo que pueden a sus hijos.
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