El museo judío de Marruecos es único en el mundo

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No es fácil con los tiempos que corren de desencuentros políticos, religiosos e ideológicos, encontrar experiencias como la de este Museo de la Memoria Judía en Casablanca (Marruecos) (www.casajewishmuseum.com ); el único museo judío en el mundo en un país musulmán. Y es que a veces la realidad puede con los tópicos, afortunadamente. La idea general de que judíos y musulmanes “nunca se llevaron bien”, sobre todo a partir del “avispero” creado en Oriente Medio desde que en 1948 se creara el Estado de Israel, choca con esta otra realidad judeo-marroquí, que es este museo, y que, al margen de cualquier otro hecho, es un lugar real y de encuentro permanente; un espacio para la convivencia y una propuesta para mirar al futuro. Porque del pasado, ya en la documentación que atesora el museo en su biblioteca, se demuestra que los judíos llegaron al Magreb antes que cualquier otro pueblo, se mezclaron con las tribus autóctonas bereberes, e incluso existen vestigios de que alguna de estas tribus se convirtieron al judaísmo. Con lo cual se demuestra que la convivencia entre marroquíes y judíos viene de antiguo.

Hace ya 15 años que el ahora recién fallecido Simón Levy (Fez, 1934-2011) —judío marroquí heterodoxo, idealista, intelectual comprometido, hispanista, comunista convencido que llegó a formar parte del Comité Central del Partido del Progreso y Socialismo (PSP) de Marruecos, profesor en la Universidad de Rabat, y, cómo el mismo decía siempre que tenía ocasión, “un leal marroquí al que es mi país y a su soberano”— puso a andar este empeño que ahora, con motivo de su fallecimiento el pasado 4 de diciembre, cobra especial relevancia cuando se suceden los homenajes recordatorios o se analiza su obra de hombre inquieto y singular.


Un Levy erudito, que realizó su tesis doctoral sobre las raíces e interrelación de las lenguas musulmana, judía y española en este país del norte de África, al que “se sabe que los judíos llegaron, incluso, antes que los romanos”, explica Vanessa Paloma Elba durante su intervención en el coloquio en homenaje a Levy organizado, la pasada semana, por el Instituto Cervantes de Tánger. Elba, que es estudiosa de la obra de este judeo-marroquí hispanista, además de especialista en tradición oral e identidad judía, añade: “Levy fue un hombre que miró a la historia de otra manera… Aprendió a discernir sobre ella observando los más nimios detalles de la convivencia entre judíos y marroquíes, sobre todo en ciudades como Fez o Meknes —durante siglos bilingües—, desmenuzando palabras, analizando los detalles más nimios de la vida privada y estudiando los ritos más íntimos practicados por estos pueblos que conviven desde hace más de dos mil años.

Un Levy rebelde también, “incómodo, protestón, inconformista, marroquí por los cuatro costados y comunista convencido”, en palabras del historiador y arabista Bernabé López García. En fin, un Levy impulsor, siempre, de la convivencia entre los pueblos y luchador incansable por la justicia social y la libertad en Marruecos; en definitiva activista en un país dónde siempre es difícil avanzar en el desarrollo y la democracia y, a veces, también, la vida ha sido complicada para los judíos. Como cuando a raíz de la Guerra de los Seis Días, en 1967, 40.000 judíos marroquíes decidieron marcharse —de los 70.000 que había entonces— ante el temor a represalias, algo que, afortunadamente, nunca llegó a producirse.

En cualquier caso, ahora, tras el fallecimiento de Simón Levy, queda el museo. “Su” museo más bien, porque fue él su creador y el alma durante los años que vivió de ese espacio de 700 metros cuadrados en el que “tras década y media de búsqueda y esfuerzo continuo por todo el país, hemos logrado rescatar una buena parte de la obra y objetos que son la memoria milenaria del pueblo judío en Marruecos”, explica Zhor Rehihil, conservadora del museo y mano derecha de Levy hasta su muerte.

En las salas de exposición permanente pueden verse pergaminos, cerámicas de gran valor; muebles singulares y objetos de culto; ornamentos, trajes tradicionales, joyas, documentos antiguos… Y un cuadro enmarcando la foto de una bandera marroquí en la que ésta aparece con la estrella de David de 6 puntas. “Ya ves, ¡el legado judío! Hasta el 17 de noviembre de 1915, fecha en la que el general Lyautey, “residente genral”, máxima autoridad del Protectorado francés marroquí, mandó sustituirla por una de 5 puntas, la bandera marroquí lucía esta huella judía”, explicaba Levy a quien le preguntaba al respecto. Luego, con la independencia marroquí, en 1956, el rey Mohamed V confirmaría “la plena nacionalidad marroquí” para los residentes judíos.

Mientras, en las salas de exposiciones temporales se organizan muestras de pintura y fotografía, conferencias y conciertos. El museo cuenta también con una biblioteca y una sala de proyección audiovisual.

La Fundación del Patrimonio Cultural Judeo Marroquí, que es quien impulsa y sustenta el museo, emprendió a raíz de su constitución, en 1997, una catalogación minuciosa —y en algunos casos su restauración— de sinagogas, juderías (mélaj) y cementerios judíos desperdigados por toda la geografía de Marruecos. Son decenas ya los espacios y monumentos catalogados y recuperados, algunos de gran valor arquitectónico y cultural. “De muchos de ellos contamos con un detallado recorrido fotográfico que puede verse en el museo”, dice Zhor Rehihil. “En definitiva”, concluye su conservadora, “la obra de los judíos en Marruecos es tan amplia que es parte importante de la riqueza cultural marroquí”.

A Simón Levy habría que reconocerle también, finalmente, como uno de los intelectuales —marroquíes o españoles— que más esfuerzos han hecho para superar los malentendidos y tópicos con los que, frecuentemente, se enturbian las relaciones entre Marruecos y España. Cuenta Bernabé López García, recordando la correspondencia que durante décadas mantuvo con él, que “Simón Levy siempre prestó especial atención a los cambios, políticos y sociales, que se iban produciendo en España”. Levy estaba casado con una española (Paquita), hija de republicanos exiliados y eso, seguro, también le influía a la hora de dirigir su mirada de observador hacia aquí. De sus muchos años de amistad y colaboración, López García recuerda la presencia continua en sus conversaciones de esa idea (vivida casi como una obsesión); la idea de que había que superar como fuese los continuos atisbos de desconfianza, que siempre parece que están a punto de enturbian las relaciones entre estos dos países, unidos por Estrecho de Gibraltar.

Lo importante, a la postre, es que la reflexión que propone esta crónica se haga. La singular existencia de un museo judío —único en el mundo en un país musulmán—, levantado en territorios “tópicamente adversos”, no hace más que aportar un grano de arena más para que esa nube tóxica, mal llamada Guerra de Civilizaciones, que envuelve ahora el mundo y envenena la vida con amenazas y miedos, sea desactivada. La existencia de lugares como este Musée du Judaïsme Marocain, en la Rue Chasseur Jules Gros, en el barrio Oasis (Casablanca), es otra puerta que se abre a la esperanza.

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