El verdadero riesgo de que gane el PRI (I)

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Un pendón del candidato priista, Enrique Peña Nieto, cuelga en la sede del PRI
Foto: Alejandro Saldívar / Procesofoto

Cuando se analiza la política es necesario evitar los razonamientos simples, aun cuando a primera vista puedan parecer evidentes por sí mismos. De lo contrario tomaríamos acciones erróneas con resultados impredecibles y completamente distintos a los que esperaríamos obtener.

Un acto consciente debe primero ser realista: no existe la magia en la vida pública, sino los intereses que continuamente negocian dentro del marco institucional. De esa forma los resultados dependerán de la calidad del proceso de toma de decisiones. Por lo tanto es necesario, si se desea intervenir eficazmente, conocer las reglas del juego, los objetivos de los diversos actores y construir escenarios lo más realistas posibles esto no es cuestión de identificar a los “buenos” y a los “malos”, si acaso existen.


Hoy en día, parece que buena parte de los votantes se guían por la división “proPRI” y “antiPRI”. Entre los primeros hay simpatizantes por el partido quienes consideran sus virtudes, lo cual es respetable. Pero, también en ese rubro hay personas que piensan que votar por ese partido haría que el país crezca, toda vez “que ellos sí saben gobernar”, aprobándose por ende los cambios que se requieren. Para los segundos la victoria del tricolor implicaría la restauración del viejo régimen, y con ello la anulación de todo cuanto hemos logrado como sociedad en camino a consolidar una democracia moderna. ¿Qué tanto de razón hay en ambos argumentos?

Vayamos por partes. El régimen emanado de las guerras civiles que conocemos como “Revolución Mexicana”, fue diseñado para generar control vertical sobre toda la actividad política, económica y social. Los sindicatos y campesinos fueron organizados para convertirse en maquinarias de votos en lugar de actores productivos a través de un corporativismo de carácter clientelar. Hoy tenemos una industria y un campo ineficaces y regulados por normas confusas.

Al ser producto de un acuerdo entre grupos armados (la “familia revolucionaria”) nadie podía quedarse más de seis años en el poder, pero en su transcurso, podía beneficiarse de sus prebendas. Una de las herramientas que garantizaban la rotación y el control del presidente era la no reelección; centrando las lealtades políticas en torno a quien controlaba el acceso a las candidaturas: el Presidente.


Integrantes del Movimiento 132 realizaron una marcha anti Peña Nieto
Foto: Germán Canseco

Esta norma trajo dos efectos. El primero, que nadie es responsable de sus actos toda vez que, al contrario de cómo sucede en cualquier otra democracia, todos los votantes evalúan la permanencia o no de un gobernante en su puesto con base en el desempeño. En segundo lugar si todo empieza casi desde cero cada seis años, entonces la única esperanza que se tiene es creer que el siguiente gobernante “ahora sí haría bien las cosas”, cuando nadie es capaz de pactar acuerdos de largo alcance.

En otras palabras el sistema polí tico diseñado durante los años treinta administra pero nunca resuelve, los problemas nacionales. El anecdotario priísta abunda en ejemplos al respecto. Va uno: cuando a don Adolfo Ruiz Cortínes se le preguntó si era viable el sistema de financiamiento de las pensiones, su respuesta fue: que los de atrás empujen. Hoy las generaciones que nos tocó estar en ese lugar lo seguimos haciendo, sin que se vea una solución definitiva.

La no permanencia y la falta de mecanismos de rendición de cuentas hicieron además que la corrupción sea un mal endémico. Y aquí importa poco el partido en el poder o si tiene o no mayoría en el órgano legislativo: el problema es estructural e inherente al diseño de las reglas del juego – no se puede resolver con el mito de la “voluntad política”.

Tales reglas del juego no generaban un presidente omnipotente, como el discurso nos hacía creer. Más bien era la cabeza de una gran coalición (o como diría algún ex presidente, “el fiel de la balanza”) y de esa forma no podía imponer su voluntad de manera eficaz y en toda circunstancia. Su fuerza venía no de la Constitución sino de sus facultades metaconstitucionales, como dijo alguna vez Jorge Carpizo: las atribuciones extralegales que tenía por el hecho de ser el titular del Poder Ejecutivo por seis años. Una reforma que trastocara los intereses creados era, por lo tanto, inviable.

Pero sobre todo el sistema funcionaba en un país simple, cerrado al exterior y sujeto a una dinámica de crecimiento global después de la Segunda Guerra Mundial. Por ello los mitos culturales nos hacían creer que éramos una nación distinta a las demás por nuestros traumas históricos: para que nunca mirásemos hacia afuera o al hacerlo, justificásemos nuestra situación por las particularidades de la mexicanidad.

Naturalmente este sistema tampoco era resistente a los cambios, toda vez que requería la menor movilidad posible. De esa forma el desarrollo que experimentó el país llevó al surgimiento de una clase media que no se veía identificada en el viejo pacto, luchando por su autonomía. La crisis de los estados de bienestar en los años ochenta y el cambio de paradigmas económicos a nivel internacional alimentó a las crisis econó micas a partir de los años setenta. Y la apertura comercial precipitó estos cambios.

De esa forma, la propia dinámica social resquebrajó el viejo orden y hace en los hechos que una simple retorno de un partido al poder pueda restaurar un viejo orden. Es más, un modelo como el del PRI ya no explica las relaciones sociales. ¿Qué esperar si gana el partido? Lo veremos la próxima semana.

Acerca de Fernando Dworak

Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y Maestro en Estudios Legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Fue Secretario Técnico de la Comisión de Participación Ciudadana de la LVI Legislatura de la Cámara de Diputados (1994-1997). Durante los trabajos de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, fue Secretario Técnico de la Mesa IV: “Régimen de gobierno y organización de los poderes públicos” (2000). En la administración pública federal, fue Director de Estudios Legislativos de la Secretaría de Gobernación (2002-2005). Ha impartido cátedra, seminarios y módulos en diversas instituciones académicas nacionales. Es Coordinador Académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (Fondo de Cultura Económica, 2003). En este momento, se encuentra realizando una investigación sobre las prerrogativas parlamentariasy e scribe artículos sobre política en diversos periódicos y revistas.

2 comentarios en «El verdadero riesgo de que gane el PRI (I)»
  1. Cuando casi perdia mi fe en este "forojudio", me encuentro con su articulo Sr. Dworak, una brisa refrescante para el intelecto entre tantos articulos mediocres que he encontrado por aca…. Toda Raba

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  2. Me parece muy bueno el análisis y te felicito Fernando, pero se quedo en una visión de principio de los 80 y, en uno solo de los partidos que están en la contienda por la presidencia de la república. Las expectativas de un cambio, con la salida del PRI de los pinos, fueron muchas, los resultados o muy pocos, o francamente negativos; así como, el papel jugado por el PRD en los estados que ha gobernado. A casi 30 años de acción de los tres partidos políticos más importantes en México, PAN, PRI y PRD, en el escenario político nacional, el único cambio visible es el de la participación ciudadana en los procesos electorales, pero no más, ninguno de los modelos de dichos partidos explica la realidad nacional y menos ha contribuido para cambiarla. El país cambia día a día, por que como todo sistema o evoluciona o se muere y no se ha muerto. Su desarrollo es más por efecto de la inercia del desarrollo internacional que por un plan nacional. Estamos apoltronados en la sala de las relaciones socio-económicas mundiales viendo pasar la historia. Y a mi me parece muy bueno Diario Judío, es un hilo más en el tejido de las relaciones de la comunidad judía, donde se puede opinar de todo, hasta que los artículos nos parezcan malos.

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