Entre arquitectos y urbanistas (final)

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De la mano de mi papá y hermano vi crecer la ciudad, cuando con grandes fiestas se abrieron las colonias Álamos, Narvarte, Polanco, Lindavista y Chapultepec Heights. Fuimos testigos del ensanchamiento de Pino Suárez, causa de la desaparición del cine Rialto, que despejó la fachada de la iglesia de San Miguel, mutilada también por su parte posterior, arrasada al abrirse la avenida 20 de Noviembre. Misma mala suerte corrió el Hospital de Jesús que, disminuido físicamente, sigue siendo lugar histórico por tres motivos: uno, es el hospital en funciones más antiguo de América, desde su fundación por Hernán Cortés, quien, y este es el segundo motivo, está enterrado ahí aunque muy poca gente lo sabe, y tercero, porque en su iglesia se conserva un mural de José Clemente Orozco, a quien vi pintarlo.

Pasamos a vivir en la Calle Cruces, en el corazón del barrio de La Merced, rodeados de miembros de la comunidad libanesa dedicados al comercio, prolongamos nuestra convivencia con españoles expertos en abarrotes y ultramarinos y vimos llegar a los primeros exiliados de la guerra civil. Nos hicimos amigos y clientes recíprocos de puesteros de frutas, verduras, carnes y peces instalados en el viejo Mercado, también el más antiguo del continente. Cucarachas y ratas, en medio de lodazales y casas a punto de caer, agobiaban a vecinos y visitantes. Agradezco al señor licenciado Miguel Ángel Mancera el honor de ser presidente honorario del rescate del barrio de La Merced, empresa que con el impulso del jefe de Gobierno avanza de acuerdo con un proyecto realizado por especialistas.

Viví en Correo Mayor 117, misma manzana de mi primaria y de la Secundaria 1, en Regina 111, abiertas a los estudiantes de hoy. En la recámara donde dormíamos los tres hermanos, muchos años antes una hermosa mujer, María Teresa de Landa, la primera Miss México, se enteró de que el general Vidal, con quien vivía su luna de miel, había olvidado informarla de su vigente y anterior matrimonio. La pistola estaba en el uniforme sobre la silla. Dormido murió el bígamo esa mañana de 1928. Todo eso lo supe cuando una madura maestra de civismo en mi secundaria lloró al encontrar en el pizarrón, escrito con gis por algún compañero cruel, un saludo a la viuda negra.


Estrenamos un edificio de departamentos en la esquina de mesones y 20 de noviembre, pioneros de esa calle. Nos quedaba cerca el cajón de retazos de mi padre. Conservo uno de los cartoncitos que de vez en cuando mi papá me hacía repartir entre los tenderetes y comerciantes. Lo voy a leer: “Casa David”. David Zabludovsky. Nuevo expendio de retacería por kilo. Av. Rep. Del Salvador No. 154. México, DF, por un lado; por el otro: “Para la venta, tenemos surtido en existencia de trapo nuevo y retacería de toda clase de telas, como manta, calicot, cretona, percal, franela, mezclilla cantón, kaky, casimires y paños, etc. etc. Géneros de punto de lana, seda y algodón. Medias y calcetines defectuosos. Compro pedacería de casimir y toda clase de telas. No olvide mi dirección”. Se repite la dirección y el nombre del dueño.

Agrego otra calle de una sola cuadra, corta pero decisiva como nunca otra en mi vida, donde la suerte llegó generosa: el alumno de la Facultad de Derecho y la estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria se encontraron un día en la banqueta de San Ildefonso sin sospechar que la caminarían del brazo el resto de sus vidas. Ahora son padres de tres hijos, abuelos de diez nietos y bisabuelos de un bisnieto. Cumplen un año de café de chinos en Justo Sierra y Argentina y 60 desde que amanecieron por primera vez juntos en un cuarto piso de la calle de Civilización, en Tacubaya.

Los urbanistas y los arquitectos crean el escenario en que se desarrolla la comedia humana. La nuestra nació en 1325 cuando una tribu peregrina unió los islotes con calzadas y fundó en el lago una ciudad tan hermosa que apenas dos siglos después asombró a conquistadores que, llegados de las más poderosas metrópolis de otro mundo, derribaron lo hallado y dejaron en manos de un geométrico el trazo de la nueva ciudad llamada hoy Centro Histórico. Destruida por inundaciones, revueltas, incendios y terremotos, renace todos los días, testimonio del talento, la obstinación y el amor de quienes a lo largo de los siglos aportaron y aportan su sabiduría y su genio para hacer de la ciudad de México un tesoro de la humanidad, motivo de orgullo de cada mexicano.

Cuando aún hay sol en mis bardas confieso que el mejor premio de mi vida lo recibí el día que nací en esta tierra, aunque el de hoy, igualmente apreciado, lo agradezco desde el fondo del corazón.

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