Las palabras hebreas se acomodan harto bien al sonido que producen las cosas que signan, a su forma, y figuran eficazmente lo que los hombres necesitan para imaginarse las esencias, asegura Fray Luis de León. La palabra “panim”, “rostro”, dice Maimónides en su “Guía de los perplejos”, significa “presencia”, estar en “presencia” de lo inefable. La naturaleza presenta fenómenos inefables, fenómenos que no se pueden explicar con las palabras; y el arte también tiene las mismas gracias. Estudiar las letras hebreas es como estudiar las letras griegas, letras ambas literarias que acicatean la imaginación.
Los griegos creyeron sentir la materia, según los filósofos modernos, tal como era (pitagóricos), y los hebreos, entiéndase “hablantes de hebreo”, tal como debería ser (cabalistas). Aristóteles sostendría, así, que sus hermanos griegos fueron historiadores y que los hebreos fueron poetas. Historia y poesía representan, para los menesteres de este palique, dos principios, el físico y el divino. La inteligencia humana, niéguese lo que se quiera, necesita contar con un principio físico, con causas que expliquen o justifiquen, por ejemplo, alguna desgracia, y además con uno divino que justifique su dolor, su tener que arrostrar las desgracias.
Los principios físicos son substanciales, dan pie a la ciencia, mientras que los divinos son esenciales y se prestan a la práctica metafísica. Ciencia y metafísica, o cálculo y conjetura, sirven para torrear los desiertos y para allanar las quimeras. Todo lo que “presenciamos” recibe de nosotros gracia y hermosura, imaginaciones e interpretaciones. Tomemos la siguiente línea humildísima de Garcilaso de la Vega, poeta que aduna las ideas acerca de la belleza de León Hebreo o Yehudá Abrabanel y las del neoplatonismo, y razonémosla:
“Pensando qu´el camino iba derecho”.
¿Qué es ese “camino” en boca de un hebreo, de un poeta? ¿Y qué es en boca de un griego, de un científico? Donoso, el griego dirá que “camino” es una serie de “átomos” aplanados, citando a Demócrito, pero el hebreo dirá que tal palabra representa, no es, el “mundo”. Para el griego las palabras eran atributos de las cosas, según leemos en el “Cratilo”, mas para el hebreo eran simples alegorías.
El “átomo” soñado por Demócrito, según explica Copleston en su “Historia de la Filosofía”, por carecer de norte y sur también carece de “rostro”, de gesto, mas el “mundo” hebreo, incardinado, sí cuenta con uno. Las cosas sin “rostro”, digámoslo de una vez, no tienen “presencia”. Podemos estar frente a una piedra, pero no en su “presencia”. El “mundo” griego, ahora se entiende, era mudo, sordo, un laberinto ciego poblado por la imaginación popular con pequeños dioses, en tanto el hebreo, que dio al mundo el monoteísmo, era uno que hablaba.
¡Pero hay una paradoja! El griego, que vivía en lo yermo, debió inventarse el oráculo, un falso motor, una divinidad provisional, accidental, caprichosa, cosa que no hizo el hebreo, que veía en lo divino algo natural, necesario. El “camino” del griego, aunque muy “pensado”, jamás fue “derecho”, siempre fue accidentado, normado por “cosas”, según enseñan las filosofías de Demócrito, Anaxágoras, Pitágoras, etcétera. El “camino” del hebreo, en parangón, aunque sólo intuido fue rectilíneo, regido por leyes estrictas y en alianza con el “panim” de lo inefable.
Tomé Cecial, narigudo escudero del Caballero del Bosque, el bachiller Sansón Carrasco, que es decir hombre paniaguado y leído, buen sabedor de los griegos, estrujado por la lógica de Aristóteles, en el capítulo XV de la parte segunda del “Quijote” dice: “Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale de ella. Don Quijote loco, nosotros cuerdos, él se va sano y riendo; vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora cuál es más loco, el que lo es por no poder menos o el que lo es por su voluntad”. Los cuerdos griegos acabaron moliéndose a dialectazos, comentaba Nietzsche, derrumbado todo arte y metafísica. Los hebreos, diferentemente, por muy “locos”, por muy poetas, posiblemente se destinaron a andar, a andar, a andar…
porque no tambien en latin?