En cierta ciudad donde las partidas de póker en privado eran ilegales, un vecino descubre que en la casa de al lado hay tres hombres jugando. Llama a la policía y ésta comprueba con cierta confusión que los jugadores son un cura católico, un pastor protestante y un rabino judío. El sargento piensa en las adversas consecuencias que podría producir la difusión del episodio y ofrece una solución.
– Si cada uno de Uds. me jura que no estaba jugando al póker, aceptaré su declaración y no presentaremos cargos. El cura piensa en el escándalo que produciría la denuncia y resuelve elegir el mal menor que, además, podrá lavar con una confesión. Por lo tanto jura que no estaba jugando al póker.
– El pastor protestante, movido por idénticas consideraciones, agravadas por la condena propias de ciertas posiciones puritanas, también jura que no estaba jugando al póker.
Cuando llega el turno del rabino, éste se niega rotundamente a jurar. El sargento, ya irritado, le increpa.- ¿Admite, pues, que estaba Ud. jugando al póker?
– ¿Yo? -contesta asombrado el rabino- ¿Con quién? ¿Solo?
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