Contó Rab Yehudá Ades que en una ocasión se encontraba cenando en casa de una familia importante y a la mitad de la cena se fue la luz.
La oscuridad era tremenda, ya que no había luz en toda la calle y, por supuesto, no podían ver absolutamente nada, no podían seguir comiendo, etc. Pasaban los minutos y no regresaba la electricidad. Después de varios minutos llegó la luz repentinamente y todos se alegraron y se emocionaron mucho.
La pregunta es: ¿por qué antes, cuando sí tenían luz, no estaban tan contentos como cuando llegó la electricidad después de haberse ido?
La respuesta todos la conocemos. “Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde”.
Si valoráramos todo lo que tenemos en nuestra vida, desde un foco, una silla, una mesa, unos lentes, un pedazo de pan para comer, etc., seríamos más felices.
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