La violencia que Washington ha conocido en los últimos días obliga a Trump a meditar sobre su futuro. Reflexiones que deben gravitar no sólo en su conducta y en las actitudes de sus fanáticos partidarios. El futuro personal, su comportamiento y los nexos con figuras – esposa, hija, yerno, entre otras – que hemos conocido a través de su desempeño, sin excluir la futura fisonomía de la democracia de su país, serán sustancialmente afectados por el camino que abrirá después de retirarse – si no es bruscamente despedido – de la Casa Blanca.
Una de sus opciones es la lúcida aceptación de su derrota, el retorno activo a los campos de golf sin descuidar sus múltiples inversiones, y la reconquista de vínculos familiares y cercanos que se debilitaron – o perdieron – como resultado de sus torpes comportamientos.
Es verosímil que esta actitud abrirá paso a una evaluación algo más equilibrada de su ejercicio presidencial, señalará sus logros particularmente en política exterior, y reducirá en buena medida la imagen soberbia y destemplada que proyectó durante buena parte de su tránsito presidencial.
Ciertamente, no es garantía de que personas cercanas – empezando por su propia esposa – disculparán sus excesos verbales además de actitudes que lastimaron a no pocos líderes de su país y en el extranjero. Pero en el curso de los años su imagen ganaría equilibrio.
La segunda opción debe inquietar. Los daños que bandas afiebradas por sus huecas protestas y reclamaciones han recientemente ocasionado a instituciones cardinales de su país se multiplicarán si Trump continúa alentando no sólo la violencia contra ellas y contra sus representantes. En tal caso, con el apoyo de sus múltiples recursos financieros y el empuje sostenido a círculos extremistas – desde los evangelistas a los neonazis- alentará la erosión de la democracia norteamericana y jugará objetivamente en favor de países y círculos que la desprecian.
En suma: Trump como persona y USA como país deben en estos días redefinir conductas y actitudes. Un imperativo que obliga no sólo a ellos; con superiores razones gravita en países que en los próximos meses y años deben diseñar su perfil nacional y político. Israel es hoy uno de ellos.
Trump es un personaje inestable y con muchas fisuras,pero eso no quita que haya sido el presidente americano que mas ha favorecido a Israel en estos años implementando la paz con los paises musulmanes de Asia y Africa.
Además no ha desencadenado ninguna guerra como sus predecesores en el cargo.
Con todos sus defectos ,preferimos a Trump-Nuevo Ciro- que a la confusa y peligrosa sucesion que pueda tener,de la cual no nos fiamos en absoluto por los indicios que vemos.
Vienen tiempos recios,como escribió una gran santa española de origen judio.
Absolutamente de acuerdo, Jorge. Sin embargo, en términos de la democracia no sólo en USA la conducta de Trump es un pésimo precedente. Si hubiera tenido éxito los efectos negativos se habrían conocido no sólo en su país; también en no pocos países latinoamericanos que seguirían su ejemplo.