Un egipcio, Mohamed el Baradei, fungió durante años como secretario general de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), y como tal recibió en 2005, de manera conjunta con la organización que encabezaba, el premio Nobel de la Paz. Luego de abandonar el cargo, este hombre regresó a su patria natal, Egipto, tras residir en Austria durante el largo periodo en que se ocupó de presidir los esfuerzos internacionales por vigilar y regular, de acuerdo con las directrices de la ONU, la producción y el uso de la energía atómica en todo el mundo.
El Baradei, sin embargo, no parece tener intenciones de retirarse de la vida pública, y una vez de vuelta en Egipto ha anunciado sus pretensiones de postularse para el cargo de Presidente de su país en las elecciones que deberán de celebrarse en noviembre de 2011. Su iniciativa, complicada por el hecho de que él no pertenece a ningún partido oficialmente registrado, tendría que presentarse de manera independiente, cuestión no contemplada por la constitución del país del Nilo, a menos que sea respaldada por 250 miembros del Parlamento o de los consejos provinciales. Tal apoyo es, por otra parte, casi imposible de conseguirse en virtud de que los susodichos cuerpos legislativos están integrados mayoritariamente por miembros del Partido Nacional Democrático al que pertenece el presidente Mubarak y el cual ha monopolizado el poder a lo largo de décadas. De hecho, Egipto se ha caracterizado porque los presidentes que lo han regido desde que se derrocó a la monarquía, han permanecido en el poder hasta su muerte. Tales fueron los casos de Gamal Abdel Nasser y de Anwar el Sadat, mientras que el actual presidente, Hosni Mubarak detenta el cargo desde 1981 cuando fue asesinado su predecesor, Sadat.
Así, no se ha conseguido nunca una alternancia en el poder por la vía electoral, y las figuras que lo han intentado, como el político Ayman Nour en los comicios pasados, fueron objeto de un hostigamiento brutal de parte del aparato del Estado, siempre reacio a abandonar el control absoluto del país. En esta ocasión, las cosas no parecen apuntar a un panorama distinto. La cálida recepción popular que se le brindó a El Baradei a su regreso de Austria, cuando miles de egipcios de diversos sectores e instituciones le dieron la bienvenida y manifestaron su deseo de apoyarlo en una futura candidatura presidencial a fin de promover las ansiadas reformas liberalizadoras que requiere Egipto, sonó la voz de alarma para el régimen gobernante. Aunque falta casi año y medio para las elecciones, la guerra ya ha comenzado: Por ejemplo, MEMRI (Middle East Media Research Institute) cita cómo el diario Al-Shouruq acaba de revelar un documento del Ministerio de Relaciones Exteriores egipcio instruyendo a todas su delegaciones diplomáticas y consulados en el extranjero a no aprobar el otorgamiento de los documentos oficiales necesarios para que El Baradei pueda postularse.
De igual modo, el diario Al-Misriyoun informó que el Ministerio de Asuntos Religiosos de su país instruyó a los imams de las mezquitas a expresar en sus sermones un apoyo irrestricto a Mubarak (o a su hijo Gamal, quien se perfila como su sucesor), calificando de paso a sus rivales —El Baradei entre ellos— como pecadores que actúan en contra de la voluntad de Alá. La embestida contra El Baradei incluye también amenazas de arresto bajo acusaciones diversas, entre las cuales destaca la de su colaboración con fuerzas occidentales durante su gestión en la AIEA, lo cual presuntamente lo ha distanciado de la mentalidad propiamente egipcia “contaminándolo” con ideas ajenas a la idiosincrasia nacional.
La maquinaria estatal egipcia tiene pues todo un arsenal para contrarrestar la posibilidad de una real alternancia en el poder. Sin embargo, puede afirmarse que los avances que logre hacer en los próximos meses el ex secretario general de la AIEA en su proyecto de conseguir la candidatura a la Presidencia serán sintomáticos de qué tanto el pueblo egipcio está dispuesto y preparado para dar una lucha en ese sentido, aunque el resultado final no sea exitoso.
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