Libro: “De héroes y mitos”, de Enrique Krauze

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En México, pocos como Krauze para habitar con holgura el ensayo histórico. En De héroes y mitos hay lúcidos momentos del género, como la citada lectura de la historia de México en clave bíblica desde la conquista hasta el presente, pasando por el siglo XIX, o como la relectura de La sucesión presidencial de 1910 de Francisco I. Madero a la luz de la democracia que llegó en el 2000, o el examen de la Reforma cual ilustre eje de la historia mexicana pero infectado desde siempre de intolerancia. Igual puede decirse del ensayo sobre las celebraciones de Hidalgo a lo largo de los siglos XIX y XX. Todo lo dicho queda mejor en tono de ensayo, de provocación, de sugerencia erudita pero ceñida, un trago para pensar más allá de las monografías exhaustivas llenas de citas exegéticas. En fin, en este libro hay verdaderas muestras de eso que es indispensable para conocer y reconocer el pasado: el ensayo histórico es, creo, la manera natural en que evoluciona nuestro conocimiento histórico, y no siempre a través de sesudas monografías.

Pero permítaseme aquí una crítica de pedante profesor: hay un doble despropósito en nuestra vida pública: la comentocracia historicista que no duda de su historia porque sabe poco de ella; y los historiadores lanzados a la opinión pública que insisten en meter con calzador a la historia, que conocen y cuestionan, en un presente que apenas entienden, no por lerdos sino por la simple razón de que es presente. De lo primero hay varios ejemplos ilustres, prominentes opinadores que asumen que todo suceso actual –digamos, la violencia o los frijoles, tanto da– debe ser comentado empezando por el altépetl, la Conquista, el virrey don Juan de O’Donojú, Juárez, Carranza, Calles, 1938, 1968 y 2000. Es un falso historicismo porque, aunque asume que todo presente se explica por la historia, parte de una perspectiva incapaz de historiar su propia historia, no duda del esquema cronológico de verdades sabidas. Hay muchos de estos en la prensa. Krauze no es de ellos: sabe historia, la cuestiona, la revisa, la relee y repiensa, pero siente que esa historia de alguna manera ha de pronunciar el presente y –más importante en Krauze– ha de murmurar el futuro.

Todo ensayo histórico se refiere al pasado pero es sobre el presente, eso está claro. Pero el que cada ensayo acabe discutiendo el aquí y el ahora con pelos y señales es un flaco favor al ensayo histórico, un llamado a una pronta caducidad. A veces hubiera querido que Krauze acabase, por ejemplo, el ensayo sobre la lectura bíblica del pasado mexicano tres o cuatro páginas antes del final, antes de pasar de Scholem y el mesianismo judío a López Obrador como Mesías. Eso, como dice mi hija medio catalana y medio gringa, es una “mica too much”. Pero Enrique Krauze, como el corresponsal de Sor Juana, el jesuita portugués António Vieira, se quiere historiador do pasado e do futuro, y no se corta de caer al presente para marcar sendas de futuro. Yo, como aburrido historiador, prefiero dejar que la interpretación del pasado sea el diagnóstico del presente y la sugerencia de futuro, pero sin plantar letreros explicativos, flechas que indiquen claramente el camino al aquí y al ahora, sino solo como quien deja guijarros en el camino. De héroes y mitos parece sentir que si no se habla del aquí y el ahora sin tapujos no se ensaya historia. Pero es cuestión de gustos.


De los mitos a los mitos

Por revisar “la historia de bronce”, Enrique Krauze cae en la necesidad de lo que yo echo en falta; es decir, un pragmatismo histórico para hoy. Más que eliminar el orgullo histórico de ser mexicanos, hay que darle un nuevo sentido. Krauze descubre detrás de todo el edificio de mitos, héroes y sucesos mexicanos una sana y mínima noción de “nosotros”; encuentra héroes no como el “Dionisio de Paraguay” de Carlyle, sino más carnales, humanos y populares. Krauze sugiere que de alguna manera hay que salvar lo que llama “nuestra pequeña porción de fraternidad”. Podemos, claro, con base en hechos históricos, deconstruir cada héroe, mito o suceso de la historia que nos da conciencia de nosotros –los historiadores de cubículo lo seguiremos haciendo. Pero, como he dicho en otras partes, estos menesteres son cabeza de hidra: no bien corta uno la testa de un mito surgen dos. Además, no es sin mitos que podremos inventar futuro. Como decían los clásicos, el logos no es necesariamente opuesto al mito.

Decía Aristóteles: “si uno separa el mito de sus bases iniciales –esto es, por ejemplo, la creencia de que todas las sustancias primarias son dioses– y considera las bases solamente, se vería que la tradición es realmente divina”. Los mitos dicen, con cierta base real, lo que no es decible de otra manera; sus fábulas, de acuerdo con los griegos, eran “el vehículo para los primeros balbuceos del logos”. Es más, son la base de lo que los historiadores de la democracia como Edward Morgan han llamado el make believe indispensable para sostener la idea de representación popular, de bien común, en suma, de democracia viable. Nuestros mitos nacionales, como Krauze sugiere, con todos sus problemas, son potencialmente la única base del nosotros y pueden tener como sustrato real principios nada desdeñables. Es decir, la Revolución como mito de superioridad espiritual, de regreso al yo mexicano, de lucha popular, quitada de bordes y excesos demagógicos, ideológicos, raciales y retóricos, es simplemente el mito de la medianía, de la vía media, del promedio, de la igualdad. No está mal, lo que hace falta no son más historiadores revolucionario-nacionalistas que sigan dándose vuelos con los viejos mitos, o más historiadores posmodernos que deconstruyan los mitos derivados de ese gran mito revolucionario –el mestizaje o el Estado de bienestar– sino historiadores que glosen el gran mito de tal manera que se nutra del presente y del futuro democrático. No es tarea fácil: se requiere de imaginación histórica y eso escasea. De héroes y mitos marca ya una de las sendas a seguir.

La imaginación que ha de surgir, no obstante, no ha de venir de la consabida caja de trucos. No vendrá de lo que De héroes y mitos llama la “historia de bronce”, pero tampoco de las querellas que los historiadores venimos ventilando desde Lucas Alamán: que si Hidalgo fue héroe o bribón, que si Iturbide sí o no, que si 1808 o 1810 o 1821, que si guerra de independencia o guerra civil o guerra por Fernando VII, etcétera. De la cantidad de libros del 2010 podemos concluir que la estructura de nuestra historia no parece estar necesitada, cual los olivares maduros, de serias zarandeadas. La historia nacional es más fuerte que cualquiera de nuestras dudas. Excelente noticia, hay harto fundamento para el nosotros, como afirma De héroes y mitos. Pero la imaginación histórica tiene que darle una nueva dirección a ese nosotros, porque el presente y el futuro cercano no riman con las historias que venimos contando. Son historias que viven huérfanas de un presente que las active, un prólogo sin libro.

De héroes y mitos, en este aguacero de libros de historia que fue el 2010, invita a conjeturar la historia que aún no hemos escrito, porque piensa el pasado con la seriedad a la que se obliga el que piensa el futuro. De héroes y mitos recuerda el oficio que explicara ese otro autobiógrafo, Henry Adams: historiar es “triangular desde la base más amplia posible hacia el punto más futuro que el historiador cree poder ver, el cual siempre está más allá de la curvatura del horizonte”.

 

 

Acerca de Enrique Krauze

Diario Judío    Enrique Krauze,  destacado historiador, ensayista y editorEnrique Krauze (Ciudad de México, 16 de septiembre de 1947) es un intelectual, empresario cultural, ingeniero, ensayista, historiador, biógrafo, crítico y editor mexicano, director de la Editorial Clío y de la revista cultural Letras Libres, miembro de la Academia Mexicana de la Historia, de El Colegio Nacional y del consejo de administración de Televisa.

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