¿Dónde quedó la bolita?

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!Arrímense, nomás no parpadeen!, gritaba.

Al flaco le gustaba Rinconada de Jesús para montar su tabla y convocar a los distinguidos caballeros, las bellas damas y los hermosos chamaquitos a ganarse una lana si apostaban a descubrir en cuál de las tres medias cáscaras de nuez escondía la bolita.

La destreza de sus dedos confundía la vista de quienes arriesgaban una josefita no se admitían centavos sueltos, excepto la de un cuate de sombrero sudado que atinaba siempre y estimulaba con su suerte a quienes rodeaban ese casino de pobres.


Tiempo después me perdí por los vericuetos de La Merced profunda y encontré la misma tabla en el Cuadrante de la Soledad, con la sorpresa de que ahora el del sombrero era quien movía las cáscaras y el flaco el apostador atinado cuya buena fortuna aumentaba el número de incautos deseosos de emularlo, confiados en la suerte y la limpieza del juego.

 

En las casi ocho décadas transcurridas desde entonces la bolita ha crecido, los operadores aprenden en Harvard y los ingenuos somos más de cien millones.

La reforma energética viene a demostrar que los tahúres de la esquina del callejón inspiran a quienes hacen del territorio nacional su tablita y cambian de lado, a veces del que la esconde y otras del que finge hallar la clave de la felicidad soñada. Estos, Fabio, ¡oh dolor!, campos de soledad, mustio collado, fueron un día Itálica famosa. El petróleo y la electricidad han dejado de ser generadores de progreso para mostrarse como cargas de las que el país debe desprenderse. La gracia está en descubrir que los promotores de ayer son los detractores de hoy.

El viejo proverbio árabe que afirma si quieres vender camello no hables mal del camello es vigente con ligeras modificaciones: al camello no quieren venderlo, sino comprarlo. Los empleados que han tenido a su cargo el cuidado del animal desean que el patrón se los venda pero, qué casualidad, al cuadrúpedo le ha salido una tercera joroba, se llenó de piojos, ahora cojea de las cuatro patas y empezó a comer como loco. El camellero asalariado tenía previsto llegar a camellero propietario. El dueño no se lo vendería si fuera el mejor camello del mundo; por eso el lacayo traidorzuelo devaluó la mercancía para convencer a un amo cansado de problemas.

Los actuales promotores de la entrega de petróleo y electricidad a empresas privadas estuvieron del otro lado de la tablita. Secretarios de Estado, directores de paraestatales, asesores financieros, secretarios particulares, consultores económicos, expertos en transparencia, manejaron los intereses puestos en sus manos para despeñarlos hasta justificar la necesidad de deshacerse de ellos. Aparte de amasar grandes fortunas durante su labor perversa, pavimentaron el camino de su asociación con las grandes empresas ávidas y pacientes y al dejar sus cargos públicos se acomodaron con ellas sin problemas porque los esperaban como socios, nuevos agentes financieros, jugadores clave, gigantescos coyotes con garantía de eficacia, aliados estratégicos, inventores de consorcios mesiánicos, gurús de la consultoría económica con derecho de picaporte en puertas macizas.

La crema y nata de la experiencia administrativa y los manejos oficiales se ha puesto al servicio de quienes pueden acrecer sus riquezas y ofrece su influencia y conocimientos al mejor postor. Han pasado de la noche a la mañana del servicio público al negocio privado, de su compromiso con México a obligarse con quienes ponen el lucro por encima de cualquier otra preocupación, incluyendo el futuro de los habitantes de una nación que confió en ellos.

Llegamos a una encrucijada en que la definición de las conductas es de vida o muerte, cuando no se puede servir a dios y al diablo sin cometer pecado grave. Ocultos tras de una fenomenal maniobra de disuasión a base de anuncios abrumadores hasta la náusea, quitan de su solapa el Escudo Nacional para substituirlo pronto por el logotipo de Exxon o Chevron.

En aquella época el flaco y el sombrerudo se cambiaban los papeles. Ahora pasa lo mismo. Un día es uno el prestidigitador y otro el supuesto apostador. El de la bolita y el palero.

No vivimos en una corte de los milagros ni esta tierra es patio de Monipodio. México es, estoy convencido y así lo quiero, un gran país. No es justo dejarlo ir ni caer. Debemos defenderlo de quienes quieren apropiárselo. Ventilar el cuarto donde se cambian de disfraz. Los alcances de la polémica y la elección de un camino tienen más importancia que buscar una bolita en la cáscara de una nuez.

Aunque en esencia sea lo mismo.

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