Que dulce es cerrar los ojos y viajar por los recuerdos para detener el tiempo, dejando anclada mi alma en la matriz de mi tierra colorada, esa tierra mía de tanto quererla, porque tengo prendido un grito de nostalgia en cada estrella de su cielo imposible, donde he regado de lejos, lágrimas de soledad en sus campos verdes y he besado con mis besos más tristes sus húmedas comarcas, donde el sol se esconde tras su tupida selva; y mi alma, se desmaya de amor en las agitadas aguas del Toachi, emergiendo de alegría cuando te contemplo desde los alto del Bomboli. Así tengo anclada en mis neuronas esta tierra de mis sueños, que hoy deseo compartir mis recuerdos imborrables de veterinario oficial con mis lectores, y actualizar en mi mente, las escenas del diario vivir en las visitas técnicas de veterinario oficial a las fincas de la vía a Quito, que llenas de nubes matutinas, intentaban impedir a las plantitas estiren sus cuellos para absorber, con ávido fototropismo, las primeras miradas del sol que insistía escurrir sus rayos benefactores, entre lianas y musgos, que se escurrían de los grandes arboles de ese denso trópico húmedo.
Así llegábamos con la cuadrilla de obreros de la salud animal a visitar una de las fincas en La Florida, donde Don Anselmo Riera, que ya estaba en plena faena diaria batallando por conseguir la leche, base del sustento económico para su familia. Ahí como de costumbre, todo era actividad por doquier: en el patio de la finca el más veterano de los gallos churrias, descendía gravemente del gallinero por las escalinatas de pambil y esperar enhiesto a las gallinas de su predilección, se inclinen majestuosas ante su imponencia hormonal, permitiendo que las cubra con su caricia fugaz, mientras más allá, en el corral secundario, los terneros galopaban apresuradamente hacia sus madres, esperando impacientes que Don Anselmo y sus trabajadores ordenen las más productivas, que les permita escanciar las ubres medio vacías, produciendo al desenfrenado paso por su gutura bucal, arpegios de tesitura diversas, que se unían a las carcajadas de las gallinas, que precipitándose sobre el maíz lanzado por una de sus hijas, se atropellen, estrujándose y desplumándose. Qué bello paisaje y vivencia que no puedo olvidar, saliendo de su finca con el estómago bien lleno y cumplida nuestra misión técnica.
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