En cierta ocasión, un miembro de la familia entró en la casa de Rab Avigdor Miller en la ciudad de Nueva York y se asustó al encontrar al Jajam de pie con la cabeza sumergida en el agua del lavabo donde se lavan los platos. Cuando Rab Miller terminó de realizar su extraña actividad, su familiar le pidió que explicara qué estaba haciendo. El Rab dijo:
—Iba caminando por la calle cuando quien me acompañaba se quejó de la contaminación del aire en esta ciudad. Me preocupó que su negatividad pudiera dañar mi valoración del gran regalo del oxígeno y de la respiración. Así que apenas llegué a casa, sumergí la cabeza en agua y no respiré durante un largo minuto. ¡Ahora nuevamente valoro la posibilidad de respirar! (Rab Zelig Pliskin, Las Puertas de la Felicidad).
¡Cuánto debemos agradecer a Dios por todo lo que recibimos de Él a cada momento!
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