División

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México va muy bien, dependiendo de quién lo diga.
México va muy mal, dependiendo de quién lo diga. Hasta este punto de división hemos llegado en tan sólo seis meses de gobierno y un año de la elección presidencial de 2018.

No podemos ponernos de acuerdo ni siquiera en la gravedad de uno de los temas relevantes de la semana, el que fue la acumulación de sargazo en las playas de Quintana Roo.

Por un lado, tan pronto el Presidente de la República dijo que el problema no era serio, sus críticos se lanzaron en su contra asegurando que era una crisis sin precedentes. De nada valieron los videos, a favor y en contra, que tomaban desde ciudadanos hasta turistas sobre el tema, porque se venía un caudal de opiniones en contra en redes sociales. Jamás había leído a tantos sargazólogos en mi vida.


Si aparece una noticia en contra del Presidente, de pronto se inundan las bandejas de correo y se acumulan los mensajes instantáneos, advirtiendo que lo peor está por llegar y merecido se tiene por la decisión tomada en julio del año pasado.

Pero, si la misma noticia no se sostiene o termina por diluirse durante la siguiente conferencia mañanera, entonces la corriente toma la dirección contraria yse argumenta que son las patadas de ahogado de un sistema corrupto e impune que ahora extraña sus privilegios.

Lo peor es que los extremos nos impiden, poco a poco, tener elementos de juicio que nos formen un criterio sobre lo que está ocurriendo en el país. Sigo con el mismo ejemplo: perdida en la espiral noticiosa, quedó la noticia de que el gobierno federal anterior había gastado 800 millones de pesos en tratar de combatir a la ahora famosa alga marina, sin que nadie diera cuenta del despilfarro hasta la fecha.

Los ciudadanos podemos entender el borrón y cuenta nueva que promueve el Presidente de nuestro país, no obstante, acumulamos ya muchos casos sobre la manera en que los recursos públicos se repartían entre intereses y cuates, que se pierden en el ruido de las descalificaciones entre quienes lo apoyan y lo rechazan.

Hace un año votamos por un cambio radical en la manera en que se conducía el sistema político y económico mexicano, con las consecuencias que ello provocaba: inseguridad, violencia, falta de Estado de derecho, crecimiento económico mínimo y una obscena desigualdad social.

Modificar ese sistema trae y traerá resistencias de todo tipo, mucha incertidumbre y el pesimismo de quienes estuvieron a favor del cambio, aunque hoy no lo comprendan bien.

Porque, insisto, es un cambio de época y no una época de cambios. Las viejas reglas se rompieron y no sirven para explicar lo que está sucediendo. Y si esas mismas reglas servían para entablar el diálogo con la iniciativa privada o la ciudadanía, se han vuelto igual de insuficientes.

Si queremos no sólo entender, sino influir en la Cuarta Transformación y sus efectos, necesitamos ir más allá de la queja diaria en redes sociales, de las medias verdades, los rumores y las críticas sin sentido cada vez que el Presidente dice o hace algo, es decir, requerimos de una auténtica participación social que deje claro que no estamos dispuestos a regresar al pasado (aunque muchos lo añoren por las razones que sean), como tampoco seguiremos al margen de las decisiones que deben tomarse con la sociedad.

No se trata de dar ningún cheque en blanco, menos a un año de la elección y un semestre de intensos cambios en la forma de administrar los recursos públicos, sino de que podamos —todos juntos— evitar que la división se transforme en una polarización que dé entrada a falsas opciones radicales y de mano dura como las que ahora se han ofrecido o establecido en otros países.

Acerca de Luis Wertman Zaslav

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