“Cuando Amorita descubre las infidelidades de su marido, sus hijos varones, Amadis y Orlando, estaban en plena adolescencia y no hay jueces más duros que los chicos de esa edad. Y si a ello agregamos la insidia de la madre predisponiéndolos contra el padre y que éste, además de dominante es injusto, tramposo y mentiroso con sus hijos, hasta en los juegos más inocentes, podrás imaginar la dimensión del odio filial hacia su progenitor. En cuanto a Irene, la hija mayor, siempre amó al padre y culpó a la madre de los traspiés dados por él. El resultado de ello: la hija soltera en Nueva York, dirigiendo una empresa de moda, o algo por el estilo, y los hijos viviendo en un yate en Montecarlo, después de haber fracasado en sus matrimonios, pues la madre, acostumbrada a dirigir todo, también lo quiso hacer con sus vidas, con sus nueras y nietos y, cuando la primera nuera se negó a seguir fielmente sus lineamientos, Amorita decidió que ella No… era lo conveniente para su hijo, e hizo todo lo posible por hundir su matrimonio, hasta que lo logró. Y, cuando la segunda nuera se rebeló, no tardó en torpedearla hasta lograr la separación. El resultado de todo ello fue que Amorita, representando el papel de víctima, traicionada por el marido y después ignorada y ofendida por nueras y consuegras quedó, como el gigante egoísta del cuento dueña absoluta del castillo, pero sola, (que es lo que estuvo deseando siempre, quizás).