Lej Lejá: Raíces

“La persona, al realizar obras de bien, inminentemente se sentirá más consciente y ligado a algo supremo e inamovible. Y, al contrario, al hacer una acción negativa, inmediatamente perderá su talante, se hallará a sí mismo falto importancia, y se sentirá inconsistente ante cualquier soplo de viento. Pues esa es la esencia de las acciones negativas: No contar con base ni dirección, y no estar aferradas a nada.

Dichoso aquel que no se condujo por consejos de malvados…y será como un árbol plantado…”(Tehilím 1). Este es el secreto de algo que es plantado. Pues una persona que se dedica a hacer el bien quedará fijo en la tierra, conectado con su origen. Tendrá el mérito de encontrarse firme, de manera que ningún viento, por fuerte que sea, logre moverlo de su lugar.


Este concepto es la clave con la que se condujeron nuestros patriarcas.

Ellos mismo fueron raíces, y ponían atención en que cada una de sus acciones se incluyan en este concepto, convirtiéndolos así en pilares inamovibles.”

Así Rabí Yerujam Leibovitz, ZT”L, nos introduce al surgimiento de los patriarcas, columnas de nuestro pueblo, los cuales plasmaron en nuestros genes un correcto y consciente modo de vida.

Comenzando por Abraham quien, a lo largo de su vida, demostró que hacer el bien, en todas sus facetas, no se reduce a actitudes filantrópicas esporádicas, sino, al establecimiento de un cuerpo firme y confiable encargado de satisfacer las necesidades de los demás, tanto físicas como espirituales.

Como figura en la Toráh.

“Y plantó (Abraham) un “eshel” en Beer Sheva, y convocó – por su intermedio – a que reconocieran a Dios, y lo llamen Señor del universo.”(Breshit 21/33)

¿Qué es un Eshel?

Dice Rashí: “Hay discusión entre Rab y Shemuel, uno decía que se trataba de un huerto para traer de ahí frutas a los invitados, y el otro, de una casa de huéspedes, en la cual disponía frutas para sus convidados.

Después de alimentarlos les pedía que bendijeran a Quien les dio la comida y la bebida, diciéndoles: ¿Ustedes creen que comieron de lo mío? ¡Comieron de Aquel que dijo: Que se haga el mundo!”

Incluso, desde el inicio de su búsqueda del Creador del universo se hizo evidente la filantropía de Abraham. Como está señalado en nuestra parashá: “Y tomó Abram a Sarai, su esposa y a Lot, hijo de su hermano, y todas las posesiones que obtuvieron y las almas que formaron en Jarán…”

Rashí señala que se trataba de personas que Abraham acercó a Dios; mientras que él explicaba estos “novedosos” conceptos a los varones, Sará lo hacía con las mujeres. Así la Toráh consideró a ello, como si ellos mismos los hubiesen traído al mundo.

La cualidad de dar de sí a los demás se encontraba fija en el corazón y la conciencia de Abraham, al punto, que Dios lo elige a para consolidar un pacto eterno: El de otorgarle la tierra de Cnaán a él y a su descendencia: “La tierra que observas te la daré a ti y a tu simiente, por la eternidad.”

De esta manera Dios buscó afianzar y consolidar esta inapreciable cualidad de Abraham, para que no se elimine en pocas generaciones. Él conocía las verdaderas finalidades de Abraham, y sabía que su más grande deseo era afirmar y fortalecer su prodigalidad. La manera de materializarlo era haciéndolas trascender a lo largo de la historia, por medio de un lugar fijo y eterno. Terreno donde se distinguirá constantemente esa filantropía. A partir del cual la humanidad se bendecirá con abundancia material, y donde podrá tener cercanía con el Creador del universo, como está escrito: “Pues de Tzión surgirá la Toráh”

Este es el legado de Abraham. Pues no es suficiente tener buenas intenciones, ni tampoco ponerlas en práctica, sino afirmarlas y consolidarlas, de manera que consigan trascender a las generaciones venideras. Solo así las raíces podrán, finalmente, disfrutar de insuperables frutos.

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