Tetzavé: ¡Tú!

“Y tú le ordenarás a los hijos de Israel, y tomarán para ti, aceite de oliva puro…” (27,20)

Desde el nacimiento de Moshé, su nombre aparece en todas la parshiot, menos en ésta.

Nuestros sabios – entre ellos el Baäl HaTurim – explican que el motivo es porque Moshé, al implorar ante Di´s clemencia por el pueblo de Israel, quienes habían pecado con el Becerro de Oro, declaró: “Perdónalos, y si no, bórrame de de Tu libro que has escrito”. Pues una maldición dictada por un justo,  aunque sea de manera condicionada, se cumple.


Lo que hay que aclarar es ¿Por qué justamente en esta porción? ¿Acaso no hubiera sido mejor cumplir esa maldición en una parashá que no toque temas de la construcción del mishkán? ¡Pues éste mismo lleva el nombre de Moshé, como dicen nuestros sabios: El Mishkán que construyó Moshé!

El propio Baäl HaTurím responde que Moshé debió haber sido también Cohén Gadol, y únicamente por cuanto rehusó ser enviado él sólo a salvar a Israel de la esclavitud de Egipto, le fue retirada la posibilidad de actuar como Sumo Sacerdote. Por esa razón su nombre fue omitido en esta ocasión, donde se habla de los atuendos del Cohen Gadol, para no provocarle aflicción.

Sin embargo, es posible agregar una pequeña reflexión más, basada en las preguntas mencionadas.

Cuando la Toráh no menciona hacia quién está haciendo alusión, abre la posibilidad para que cualquiera de nosotros se incluya en ella. Como coloquialmente dicen: “A quien le quede el abrigo… que se lo ponga”.

De esta manera, es como si la Toráh nos hablara a cada uno y uno de nosotros, diciendo: “Tú mismo ordena al resto del pueblo de Isael…”

¿Y que se nos pide ordenar? ¿Y sobre quiénes específicamente deberá recaer dicha orden?

Nuestra parashá se dedica a describir, en primera instancia al aceite que debía ser usado en la Menoráh, el cual, como es sabido, representa al fluido espiritual y vital del pueblo judío. Pues así como dicho aceite debía ser cuidadosamente extraído, de manera que no perdiera su pureza original, del mismo modo debemos   ser   extremadamente   cuidadosos   en  lo referente a la educación judía de nuestros hijos, pues no se deberá escatimar en ella, ni utilizar ingredientes de calidad inferior. Es imperativo llegar, o por lo menos invertir todos nuestros esfuerzos, para alcanzar la excelencia.

En segundo plano se describen los atuendos del Cohen Gadol. La imagen que habrá de reflejar nuestro embajador ante el Rey de Reyes; el Creador del universo.

Sin duda, todo representante, sobre todo si se trata de alguien que da la cara por nosotros ante grandes personalidades, o ante otros públicos, deberá mostrarse como prototipo de nuestros más elevados valores. Símbolo de lo mejor de nosotros. El Cohen Gadol era exactamente eso.

Pues desde la punta de su cabeza, hasta los pies, el Cohen debía ostentar respeto, temor y sumisión ante el Creador del mundo.

Y no era como alguien que simplemente modela atuendos, sin identificarse con los símbolos que porta, pues el Cohen Gadol era seleccionado de acuerdo a la pureza de sus cualidades, y a su nivel de devoción. Por ese motivo, además de ser un buen emisario nuestro, tenía la facultad de influenciarnos a nosotros mismos de seguir su ejemplo y pretender ser como él, o por lo menos aproximarnos.

En la actualidad no contamos con nada de lo mencionado. No tenemos Menoráh y tampoco un Cohen Gadol que nos represente. Pero lo que sí ha quedado como legado eterno, para considerarlo como línea de comportamiento, es el hecho de saber que nosotros mismos podemos ser ejemplos a seguir. Que sobre nuestros hombros reposa la responsabilidad de optar por la mejor educación judía para nuestros hijos, y que ellos mismos sean, a su vez, ejemplos para los demás.

Es preciso saber que cada mañana que vestimos a nuestros hijos para llevarlos al colegio – con el debido recato – es como si estuviéramos vistiendo al mismo Cohen Gadol. Y cada vez que nos sentamos con ellos a platicar de los temas de Toráh que aprendieron, es como si encendiéramos en ese momento la purificada Menoráh de oro.

Ninguno de nosotros puede derivar esta sagrada misión a nadie. Pues así como el calor de hogar se debe sentir justamente en nuestras casas, allí mismo deberá ser transmitido el amor por nuestros más preciados valores.

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